La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Los sevillanos 'pagafantas'
Cuando el Señor viste la túnica de la guardilla -la más modesta de las bordadas, a medio camino entre la sobriedad de las moradas y la suntuosidad de las de la corona de espinas, los cardos, la persa y los devotos- parece que se fusionan su capilla de San Lorenzo y su altar de la Basílica. Quizás sea una ilusión de quienes recordamos la postal de Escudo de Oro en la que vestía esta túnica en su altar de San Lorenzo, en su modestia una de las imágenes que para muchos de nosotros definen al Señor como antes hizo en arte mayor Luis Arenas con su primer plano en blanco y negro y después hizo Roberto Pardo con la fotografía definitiva del Gran Poder: el perfil que deja ver su cuello descubierto, mostrando como nunca se había visto todo el agónico poder de su gesto y toda la compasiva mansedumbre de su mirada, los opuestos que Mesa supo fundir logrando ese milagro que desde hace 401 años acoge todas las tristezas, soledades, humillaciones y desfallecimientos de sus devotos para hacerlos suyos y devolvérselos bendecidos como consuelo, compañía, dignidad y fuerza.
Viste el Señor su túnica de la guardilla en el momento en que se releva la junta de gobierno de la Hermandad que lo encargó, desde hace cuatro siglos lo custodia y lo ofrece sin distinguir entre hermanos y devotos, entre quien siente allí fortalecerse su fe y quien siente debilitarse sus dudas e incluso su increencia. Al igual que con esta túnica el Gran Poder es a la vez el Señor de San Lorenzo y el de Basílica, el siempre igual a sí mismo por encima del tiempo y las modas, este relevo representa el traspaso del más precioso legado -la custodia de la devoción al Señor- entre quienes afrontan los cambios necesarios para que lo esencial no cambie nunca.
Un feliz y largo período que tiene tres nombres: Enrique Esquivias de 2004 a 2012; Félix Ríos, de 2012 y a 2021, e Ignacio Soro, desde el próximo miércoles. Lo que los tres han hecho y harán, cambiando lo necesario para que lo esencial siga igual y crezca, es lo que en música representa el Bolero de Ravel: la misma melodía interpretada una y otra vez con un tempo inmutable y el crescendo orquestal como único elemento de diversidad. La melodía es el Señor, el tempo inmutable es el eterno de Dios y el crescendo orquestal son los trabajos de la hermandad, sus hermanos mayores y sus juntas de gobierno para dar más intensidad, más brillo y más proyección a su devoción.
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