La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Una nueva Sevilla en altura
Largan de la estética desharrapada de muchos turistas que hacen cola sin criterio ante ciertos bares y que esperan horas para entrar en los principales monumentos. Pero la era del feísmo no afecta solo a los visitantes que nos dejan sus perras y que gracias a ellos sostenemos tantas cosas. ¿Qué sería de nosotros sin el turismo? Una ciudad directamente pobre. El feísmo afecta por igual a vecinos que turistas. Es patente aunque el tontucio de guardia salga con la originalidad de turno: “Para gustos, los colores”. Toma, claro. El otro día se comprobó la relajación de nuestros gobernantes en el último Pleno celebrado en el suntuoso Salón Colón. Solo un concejal del gobierno acudió de chaqueta y corbata, el gran Pepe Lugo, bastión del PP en el Cerro del Águila, un servidor leal del partido que ha estado a las duras y a las maduras, usuario del transporte público y que tantas veces ocupó puestos muy atrasados en las listas electorales, hasta tal punto que siempre dijimos que la Transición no sería plena hasta que Lugo fuera concejal y el PP ganara en Dos Hermanas. Ya ven cómo poquito a poco todo llega. Aquí si se espera, llega el C2 a la parada y el camión de la basura a su contenedor rebosado. El lunes estaba Lugo con su chaqueta veraniega y la corbata anudada. De los otros grupos políticos, dos corbatas en VOX, los señores Rodríguez Galisteo y Polavieja, y una sola en el PSOE, el señor Pedro Antonio Jaime, de la Agrupación Miraflores. Los demás, de chaqueta con el cuello abierto, modelo compromisario del PP o congresista con cargo en el PSOE, o la recurrente guayabera. Destacó la clásica cubana alba del teniente Cabrera.
Ni siquiera el presidente del Pleno, señor Alés, se cerró el cuello, cosa que, por supuesto, sí hizo el fedatario municipal, señor Flores. “Estamos a un paso de concejales en bermudas. Sin liturgia no hay misterio. Y sin misterio no hay respeto”, nos apunta un fino observador. Echamos en falta alguna chaqueta blanca, tan de moda en los días de la pasada Feria y de este verano. Las hay hasta cruzadas, como la que luce el catedrático Marchena en las celebraciones estivales. El día que mi Juan (Espadas) quitó los muebles de caoba del Salón Colón para colocar los de Ikea perdimos mucha de la suntuosidad que cumple su función. Cualquier día el presidente del Pleno manda callar a los capitulares en los términos de esos camareros que reciben a clientes sin atender a la edad:“Hola, chicos, ¿qué bebida os pongo? No, la comida se le pedís al otro compi, el del comandero”. Pues eso, los chicos del Salón Colón tienen calor pese a lo bien que funciona el aire acondicionado. En tiempos de Monteseirín se ponía al máximo y los presentes parecíamos pingüinos. Siempre nos quedan gobernantes como Pepe Lugo, el último mohicano de la liturgia debida.
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