¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

De ultras a ultramarinos

Los votantes de derecha ya no son peligrosos fascistas, sino mentes adocenadas por el consumo de 'delicatessen'

Ya sabemos cuáles son las líneas argumentales del bloque de izquierdas para justificar su debacle en Madrid: Pablo Iglesias ha sufrido una "cacería humana" y los políticos de progreso saben debatir sobre autopistas y hospitales, pero no sobre cañas y berberechos. Al menos, algo se ha avanzado en la demonización del votante de derecha: ya no son peligrosos fascistas, sino gourmets obsesionados con las delicatessen de bares y colmados, mentes adocenadas por la demasiada ingesta de chorizos de Cantimpalos, espárragos de Navarra, morcillas de El Coronil, vinos de Cigales, salchichones de Alburquerque, amontillados de Sanlúcar, cafelitos de Colombia, rones de Cuba… Más ultramarinos que ultras, en definitiva.

La nueva izquierda, desde el leninismo de Podemos hasta el neoinstitucionismo de Gabilondo, quizás no ha comprendido una lección que quedó muy clara desde el inicio de la pandemia: los bares tienen hoy el mismo peso en el debate público que las políticas fiscales o sanitarias. La ciencia ha demostrado en los últimos tiempos que el estómago es "el segundo cerebro" y muchos deben votar pensando más en el aperitivo que en la sostenibilidad. Algunos creerán que esto es una memez, un ejemplo más de la decadencia de nuestros tiempos, pero si tenemos en cuenta que, como nos enseñaron los ilustrados, el último fin de los gobiernos debe ser la felicidad de sus gobernados, veremos que debatir sobre los horarios de la hostelería no es menos importante que hacerlo sobre la PAC. Al fin y al cabo, como descubrió hace ya mucho tiempo la publicidad, los españoles suelen identificar al bar con todo lo verdaderamente hermoso de la vida: la amistad, el amor, la ebriedad, la celebración… Atentar hoy contra una taberna tiene más alcance que hacerlo contra la libertad de culto.

Las derrotas sirven, al menos, para extraer lecciones, pero la izquierda no parece dispuesta a hacerlo. No comprende que cuando se habla de bares no se discute de la lista de tapas, ni de los dedos de espuma que debe tener una cerveza bien tirada, sino de una forma de ser y vivir de los españoles, de sus libertades no como un concepto abstracto y universitario, sino como práctica cotidiana, histórica, real. Esto, evidentemente, no significa que Díaz Ayuso tenga razón o que no haya que cerrar colmados y marisquerías si la situación sanitaria así lo exige, pero sí que en política hay que dedicar más tiempo a escuchar a la calle y a los ciudadanos que a leer manuales de politología o manipular encuestas realizadas con dinero público.

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