La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Demasiados niñatos en la política
Un diputado por Teruel, Herminio Rufino Sancho, ha tenido su minuto de gloria en el Congreso y muchos más en los medios de comunicación por el error en la primera votación. El hombre no se vio nunca iluminado por tantos focos, sorprendido y angustiado por unos instantes que debieron parecerle eternos con ese aspecto de Moisés con el rostro desencajado por la apertura del Mar Rojo, rojísimo en este caso. Teruel ha existido siempre, existe y existirá. Hemos apreciado un detalle. Los oradores han podido beber de un vaso y no del morro de la botella, según el indecoroso hábito implantado ya en todos los foros públicos, desde los platos de televisión a muchos plenos municipales y parlamentos autonómicos. Los señores ordenanzas de la Cámara Baja han cuidado con esmero que no faltara ni la jarra de la señora Armengol ni el vaso limpio y distinto para cada usuario del turno de palabra.
Y toda España sabe lo que antes solo conocían los vecinos de Valladolid: la falta absoluta de educación, señorío y talla institucional del señor Puente. ¡No nos podemos quejar de la utilidad de las sesiones parlamentarias de la investidura fallida de Núñez Feijóo! El final de la película estaba claro. Nos quedaba saber el cómo. Y efectivamente hemos tenido muchos detalles de interés al margen de los sesudos análisis que hemos oído hasta el hartazgo sobre la rentabilidad que Feijóo ha obtenido con la candidatura, que indudablemente la ha tenido para sus intereses. Nosotros hemos soportado con paciencia las votaciones nominales. Son un castigo, un suplicio no deseable ni al peor enemigo. Acaso sirven para que nadie descarrile y, cómo no, para que los veteranos recuerden a don Manuel Núñez Encabo, el catedrático socialista que era invocado justo cuando Tejero irrumpió en el plenario aquella tarde de 1981. Hay normas que parecen absurdas, como la prohibición de votar por segunda vez hasta que no hayan pasado al menos 48 horas de la primera ronda.
Está claro que no sólo la Iglesia tiene liturgias especiales para sus procesos de elección. El pueblo español, nuestra democracia, conserva algunas medidas que podían tener su sentido en una nación que estrenaba un sistema de libertades a finales de los años setenta de la pasada centuria, pero que hoy son ya difícilmente entendibles, como ocurre también con la dichosa jornada de reflexión, que sólo sirve para el enaltecimiento de la política fatua.
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