La lluvia en Sevilla

Más que veladores

El problema no es sólo los veladores sino el mobiliario en redor, con el que arman una trinchera inexpugnable

Ahora que se acaba de elegir la Palabra del Año 2023 (polarización, bien escogida), también en los idiomas gallego y euskera (cibercarracho, que me putoencanta, y zerrenda, respectivamente) propongo que aquí también designemos alguna representativa de este año y lugar. Sugiero velador, por ser palabra hermosa y nuestra, y por haber estado, por desgracia, al cabo y en lo ancho de la calle todo el año. Velador es una preciosidad de sustantivo que apenas se estila fuera de Sevilla. En el velador se vela, se pasa la velada, se está a luz de la vela de la conversación o de un libro. Todo esto acoge su raíz psíquica y sentido. La estrenó en mis oídos una tarde de exuberante primavera –principiaba el siglo, yo acababa de instalarme aquí– la poeta Rosario Pérez Cabaña. Al sentarnos a la puerta de un bar a la vera de Las Teresas, dijo “sentémonos en este velador” y la palabra me pareció tan exacta, bella, viva como lo éramos la tarde y nosotras en aquel preciso instante. Así que permítanme que me incline por el uso de velador, como palabra y objeto característico de esta ciudad.

Sucede que, desde hace ya largo tiempo, estamos malversando el término y su empleo. Dice el diccionario que velador es la “mesita de un solo pie, redonda por lo común”. Es una mesilla, y no esas mesas de salón comedor, con manteles o sin ellos, que en la actualidad ocupan buena parte del espacio público. Más nos valiera ser certeros en el uso del idioma y llamar a las mesas de mesón por su nombre, así estén en lo ancho de la calle. Sevilla no tiene tanto problema con los veladores como con las mesas que la hostelería despliega en plazas, zonas peatonales y aceras.

La cuestión no es sólo que los veladores bajos hayan sido suplantados por rotundas mesas y por esas prolongaciones de la barra que son los veladores altos. El problema es, además, la cantidad de mobiliario supletorio que urde en redor una trinchera inexpugnable. En torno a las mesas se habilitan auténticos burladeros, parapetos, biombos, macetones y otras fronteras en pleno espacio urbano que, junto a sillas, taburetes, sombrillas, pérgolas, calentadores, papeleras, cachimbas, cubiteras con pie, mesitas auxiliares para apalancar la paellera, lamparitas inalámbricas, aparadores pertrechados de paneras, cubiertos y servilletas…, prohíben el paso. Antes de que cavaran tal foso y alzaran estos muros en nuestras calles, podíamos al menos atravesar la plaza sorteando las mesas, molestando a la clientela con nuestra presencia. La regulación de los veladores me preocupa menos que la regulación de las mesas y, sobre todo, del mobiliario infinito, auxiliar y disuasorio con el que asfixian nuestro paso por esta ciudad, tan digna de ser paseada y donde no hay manera de dar un paso sin torcerse.

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