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Luis Chacón

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Los verdes iconoclastas

Tipos a los que definía Churchill como quienes no pueden cambiar de opinión y no están dispuestos a cambiar de asunto

Hay noticias epatantes. Y no porque nos parezcan imposibles. Al contrario, la capacidad del ser humano para cometer estupideces es inversamente proporcional a la de reconocerlo. Aun así, no sé si tomarme a chufla los ataques de activistas contra el cambio climático a los museos. Son tantas las ocasiones en las que una nadería creció hasta convertirse en una peligrosa ideología liberticida, que no resulta sensato despreciar ningún fanatismo por inane que parezca.

La última religión laica es el cambioclimatismo. Como toda creencia que se precie tiene sus propios mandamientos -no consumir carne ni combustibles fósiles y adorar la Tierra y las energías verdes- con su consecuente lista de pecados; un santoral encabezado por el comandante Cousteau y un elevado número de profetas malencarados, dedicados a amargarnos la vida anunciando el Fin de los Días. Desde el protomártir Al Gore hasta la mesiánica Greta Thunberg. Y, por supuesto, una legión de iluminados que constituyen su vanguardia apocalíptica y fanática. Tipos a los que definía Churchill como quienes no pueden cambiar de opinión y no están dispuestos a cambiar de asunto.

Y estos han salido iconoclastas. Son ya demasiadas las ocasiones en las que, en nombre de una concepción trascendente que creen superior a todas, se queman libros en las plazas, se acalla la música, se apuñalan cuadros o se mutilan estatuas. El ensañamiento de estos activistas con los lienzos de Goya, Van Gogh y Vermeer es una profanación cultural que simboliza el deseo de destrucción de todo lo que representan. Nuestra civilización. Y lo hacen, pregonando a los cuatro vientos un falso dilema que contrapone vida y arte, supervivencia y estética. Pero, al preguntarse si es más importante un cuadro que alimentarse, obvian en su pueril razonamiento que la mayor utilidad del arte es su aparente inutilidad. Contemplar la belleza eleva el espíritu y nos hace humanos. Olvidan que el lejano día en el que una mujer decidió adornarse el pelo con una flor y sonreír al hombre que se había colgado al cuello el diente de la fiera que había cazado, se puso la primera piedra de la civilización. Cuando proclaman superfluos el arte y la cultura y desprecian la belleza, porque la tachan de inútil o subsidiaria para la vida humana, manifiestan su profundo desconocimiento de la civilización, para la que el arte nunca será un enemigo, sino el mejor y más brillante de los aliados.

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