La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Objetivo, el Rey
Anacrónica y disfuncional. Es una pena que la presidenta electa de México, Claudia Sheinbaum, se vaya a estrenar en tan alta magistratura con un conflicto diplomático con España tan innecesario como anacrónico, tan disfuncional como gratuito; una pena para su propio país, no para el nuestro, una mácula para ella, porque comienza su mandato bajo la pesada sombra de su antecesor y colega de partido, Andrés Manuel López Obrador, penúltimo nombre de una larga lista de mandatarios populistas americanos y el más tibio de todos los dirigentes actuales ante el fraude electoral de Nicolás Maduro.
Anacrónico porque el rechazo a que Felipe VI asista a su ceremonia de investidura se debe a una interpretación política actual de unos hechos históricos sucedidos hace cinco siglos que forjaron un continente mestizo y de lengua española, algo así como si el monarca hispano se quejase al alcalde de Roma de la cruel toma de Numancia y de la destrucción de la cultura ibera por parte de sus legiones, culpa compartida con los tunecinos que mancillaron el honor de las mujeres de Sagunto.
Disfuncional porque la excusa de Sheinbaum parece distinguir al titular de la Corona española y al de la Jefatura del Estado, aunque coincidan en la misma persona. Si Felipe VI no es invitado a la ceremonia, tampoco lo es España y, por tanto, no cabían ni las invitaciones a Pedro Sánchez ni a la ministra Yolanda Díaz, que sí tenía previsto asistir al acto de su conmilitona de izquierdas.
Si Felipe VI no ha sido invitado es porque fue a él, como representante del Reino de España, a quien se dirigió en 2019 López Obrador para pedirle que solicitase el perdón de los pueblos indígenas por la conquista de México, de lo que se intuye que la buscada querella no sería tanto con el país como con su forma de Estado. Abundaría así en el anacronismo de quien confunde a unos reyes del siglo XVI con un monarca constitucional y más democrático que algunos presidentes de repúblicas americanas.
Ha sido el republicano independentista Gabriel Rufián quien ha comprendido la obsesión de López Obrador con la figura del Rey al elogiar el gesto de Claudia Sheinbaum con un “¡Viva, México, carajo!”, como respuesta a los periodistas que le han preguntado en los pasillos del Congreso por el incidente diplomático. Rufián nunca engaña, aunque esté equivocado.
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