La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Las tatas del poder
Se ha hablado poco en Andalucía del papel desempeñado por un par de sociedades civiles catalanas, el Ómnium Cultural y la Asamblea Nacional Catalana, destinadas a servir de apoyo ideológico e impulsar movimientos ciudadanos en favor del separatismo. En ese aspecto, nada ha habido elogiable en su maniqueo comportamiento. Sin embargo, sí hay algo que merece reflexión: su papel como motor a la hora de poner en marcha a un público no predispuesto a seguir las consignas estrictas de los partidos, pero sí sensible a unas llamadas surgidas al calor espontáneo de la calle. Por descontado, esas asociaciones han sido utilizadas y manipuladas por los partidos independentistas para sus exclusivos fines, pero han mostrado que, con su convocatoria, llenaban huecos y cometidos en momentos en que las plataformas políticas habían agotado su capacidad de atracción. En estos últimos años, su función ha decaído, pero su ejemplo en el pasado merece ser analizado. Porque, incluso situados, en cuanto a ideas, en el extremo opuesto de los deseos políticos de aquellas asociaciones, no puede evitarse una cierta envidia al contemplar su fuerza movilizadora para difundir consignas y proclamas entre la opinión pública adicta. Una envidia que se acrecienta si la labor realizada se contempla desde una Andalucía, en la que, al margen de los partidos políticos y la prensa, apenas quedan espacios públicos ni asociaciones civiles por las que circulen opiniones dispuestas para ser, en la calle, encarnadas, voceadas y difundidas. En momentos, como los actuales, es difícil que llegue –si no es a través de la prensa– a una buena parte de los andaluces una información no manipulada, clara y explícita sobre las gravísimas diferencias fiscales, ente autonomías, que se están fraguando. Una dificultad debida a que las decisiones tomadas no son explicadas de manera pública y comprensible. El campo político institucional tiene su propio ámbito primordial de juego, y tiende a ensimismarse lo más posible, dosificando al mínimo la información para evitar compromisos. Por eso, no puede menos que lamentarse la ausencia de una mayor reacción en la calle. Con voces que expresen sus desacuerdos ante unos partidos políticos que las mantienen un tanto ausentes del gran debate que se está jugando y que tanto puede perjudicarla. Los andaluces, tan diestros para asociarse en ámbitos como el religioso o el festivo, en cambio, no cultivan esa misma entereza unitaria, para movilizarse en la calle, en defensa de sus necesidades políticas y sociales.
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