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Desde que surgieron las primeras noticias del coronavirus, el alarmismo se expandió a escala planetaria apoyado por unas imágenes llegadas de un país que ha hecho del secretismo el mejor de sus tesoros y la peor de sus tragedias, como corresponde a cualquier dictadura. Durante las últimas semanas han proliferado en las redes sociales de Filipinas, Indonesia o Vietnam multitud de mensajes de odio hacia los chinos, a los que se identifica casi automáticamente como transmisores del patógeno, y reclamos para que sus respectivos gobiernos blinden sus fronteras a los nacionales de China.

Conocidos miembros de la comunidad china en España, entre los que se encuentran periodistas, artistas o abogados, han puesto en marcha la campaña No soy un virus a través de las redes sociales. El objetivo es prevenir las actitudes xenófobas o los posibles prejuicios, que recientemente se han estado dando hacia sus compatriotas a raíz de la expansión del coronavirus.

Me parece indignante e injusto que a día de hoy se sigan dando casos de personas que, con la excusa del miedo y la desconfianza, muestran a través de mensajes y acciones unos ideales racistas que lamentablemente se siguen dando en nuestro país ¿A qué estamos esperando para condenar los comportamientos que atentan directamente contra los derechos humanos?

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