Cumplimos con unas sencillas normas higiénicas, que deben de ser las adecuadas al estar avaladas por la ciencia, y de las que todos nos beneficiamos hasta que unos las incumplen y otros se manifiestan para que nadie las cumpla, y su decisión, que parece no revertir consecuencias para ellos, condena a otros a contagiarse de un virus que los acercará a la muerte o a padecer secuelas de por vida.

Sería interesante analizar el límite que puede llegar a soportar la conciencia que asume, sin voluntad no sólo de enmienda sino ya de provocación, el contagio de personas más vulnerables, o analizar el nivel de la inconsciencia que la incapacita para comprender, participando de determinadas actividades sociales, las consecuencias de sus actos; quizá el problema de este contingente que vive al margen de la sanidad se corrigiera con una vacuna solidaria que, al no necesitar ser probada antes en animales, aligeraría mucho los trámites para su comercialización. 

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