Soy de mucho pasear por el casco histórico de Sevilla. La calle Zaragoza está entre mis más habituales y, como deben de saber los vecinos de Sevilla, se trata de una calle que tiene tramos en los que la acera es muy estrecha y casi inexistente. Muy recientemente, en uno de mis paseos por esta calle, coincidí con un gran furgón, un camioncito, que, a su paso, ocupaba la totalidad de la calzada, mientras que sus enormes espejos retrovisores habituales en este tipo de vehículos, a su vez, se desplazaban en su totalidad por el pequeño espacio de acera por el que yo circulaba en ese momento. Solamente mi pericia y mi rapidez de reflejos hicieron posible que este vehículo, que además circulaba a una velocidad impropia del lugar, no dejara mi cabeza, estampada contra la pared. Agradecería al responsable o responsables de la seguridad en las aceras de nuestra ciudad que se hicieran eco de mi demanda. Por otro lado, esta misma situación de peligrosidad contra el peatón se da en otras muchas aceras del casco antiguo de Sevilla.