España está siguiendo el mismo camino o, deberíamos decir, el mismo corredor de la muerte que países como Bélgica, Holanda y Luxemburgo en lo referente a la eutanasia o irónicamente denominada “suicidio asistido”. La eutanasia, etimológicamente definida, es la acción que provoca la muerte de una persona con una enfermedad incurable para evitar sufrimientos físicos y psicológicos. Definido de este modo no se le podrían ver fallas reprochables, ya que sería visto como una muerte “digna”.

Sin embargo, la eutanasia concede el derecho a las personas de morir, un derecho que no nos pertenece; no podemos elegir cuándo queremos morir o cuándo alguien quiere que muramos porque nuestra vida ya no es conveniente o no interesa que sigamos vivos. ¿Se podrían imaginar a unos hijos decidiendo cuándo deben morir sus padres? La vida es un don que se nos da y no somos quiénes (y mucho menos una tercera persona es quién) para decidir cuándo se ha de morir. La aprobación de la eutanasia es un paso atrás en la defensa de la vida y una forma ilícita de lograr votos para la siguiente campaña electoral de nuestro presidente. 

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