Al conocer la noticia del incendio en la residencia de ancianos se removió en mí una reflexión que me he hecho mil veces, pero que hoy quiero compartir. Mi reflexión es la siguiente: cuidamos, protegemos, velamos, educamos y nos dejamos el alma con nuestros niños.

Desde que nacen, mientras crecen y una vez alcanzan la adolescencia. El Estado se encarga de registrarlos, que quede constancia de quiénes son, de dónde y cuándo han nacido, de quiénes son sus padres, de que éstos los cuiden y les procuren sus derechos (a la sanidad, a la educación, a una vivienda digna...).

Si algunos progenitores se despistan o no tienen medios para ello, ahí de nuevo está el Estado, añadiendo asistentes sociales, ayudas económicas y todo lo que sea necesario para nuestros niños, pues ellos son nuestro futuro.

Pero, ¿qué pasa con los que nos procuraron nuestro presente?, ¿qué pasa con nuestros ancianos? A ningún dirigente, partido político o movimiento social se le ha ocurrido que se puede (o se debe) aplicar la misma estructura de cuidado y protección de nuestros niños a nuestros mayores. La misma. ¿El Estado realiza algún control/registro de qué es de nuestros ancianos? ¿Dónde están, dónde viven, cómo lo hacen, quiénes son sus cuidadores (o si éstos se desentienden), qué comen, si están protegidos, hasta qué punto se pueden valer por ellos mismos...?

No consigo explicarme el motivo por el que en un barrio no hay el mismo número de colegios que de residencias de ancianos. Bien sea de estancia continua o diurna o nocturna. En el colegio educamos con profesores, en la residencia cuidamos con personal sanitario.

Nuestros ancianos, con su trabajo, sacrificio y esfuerzo tienen más que pagado ese cuidado, esa protección, esa vejez digna. Se lo debemos, económica y moralmente. Tenemos esa deuda con ellos. Y, vosotros, los políticos, les debéis procurárselo. No entiendo por qué en mi ambulatorio hay un departamento de pediatría, exclusivo para nuestros niños con personal especializado, y no hay un departamento exclusivo para nuestros abuelos.

Y mucho menos comprendo cómo nos echamos las manos a la cabeza si aparece en las noticias que un niño estaba solo en casa sin cuidados ni protección y nos hemos hecho insensibles a la idea de que miles de nuestros ancianos vivan y mueran solo, vivan en condiciones inhumanas, desprotegidos ante los miserables que los ven como presas fáciles para robarles o dañarlos, y mueran en la más absoluta soledad.

Señores políticos, ¿a ninguno se le ha ocurrido? Nuestros niños y nuestros ancianos deben ser tratados con el mismo amor, con las mismas atenciones, con la misma protección, pues en ambas etapas de la vida se necesita de los demás. 

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios