Se cumple hoy un año del inicio del incendio de Doñana, un fuego devastador que quemó 8.500 hectáreas de gran valor ecológico, paisajístico, turístico y sentimental; obligó a desalojar a más de 2.000 personas, en algunos casos en condiciones verdaderamente dramáticas; y dejó a más de 50.000 ciudadanos atrapados en playas como Matalascañas por el corte de carreteras. Aquellos días de finales de junio de 2017 difícilmente se borrarán de la memoria colectiva de los andaluces, que por unas horas vieron amenazado un territorio que, más allá de su enorme interés científico y medioambiental, es uno de los elementos conformadores de nuestra identidad como comunidad autónoma. También quedará en el recuerdo la colaboración entre las administraciones locales, autonómica y central, que por unos momentos aparcaron sus diferencias políticas para enfrentarse codo con codo a un fuego desmadrado por las altas temperaturas y el fuerte viento. Un año después se puede decir que hay motivos sobrados para la esperanza. Las lluvias de la primavera han hecho reverdecer parte de la vegetación y en otoño comenzará una reforestación de la zona afectada que buscará un mejor equilibrio entre las especies autóctonas para corregir la excesiva población de pinos piñoneros, muy vulnerables al fuego. El objetivo de dicha repoblación, en la que se contará con técnicas pioneras, es hacer que algunas zonas del Parque Natural de Doñana recuperen una autenticidad vegetal perdida y sean más resistentes a los incendios forestales. El primer aniversario del incendio de Doñana debe servirnos como recuerdo de que el fuego, fundamentalmente en verano, es una espada de Damocles que siempre amenaza a la Península Ibérica y cuyas consecuencias económicas, psicológicas y ecológicas son desastrosas. Es responsabilidad de todos evitarlo. Como decía el viejo eslogan: todos contra el fuego.