Betis-Valladolid | La crónica

La del Betis es una posesión infernal

  • El ordenado Valladolid también castiga con la derrota el fútbol hueco de Quique Setién, incapaz de sacudir su rígido ideario en busca de goles

Sergio León se retira cabizbajo al finalizar el encuentro.

Sergio León se retira cabizbajo al finalizar el encuentro. / Antonio Pizarro

Podía pasar que la posesión del Betis rompiera por fin en goles. O podía pasar que esa esterilidad ante la portería contraria degenerara en derrota a poco que el enemigo acertara, y fue lo que volvió a ocurrir en el Benito Villamarín. El Betis hincó la rodilla con justicia ante un ordenadísimo Valladolid y sufrió la segunda decepción de la Liga tras aquella goleada del Levante que sonó a accidental.

Hoy, aquel 0-3 ante los granotas parece menos accidental. El Betis de Quique Setién padece un mal de raíz. Su fútbol por momentos parece hueco. Carece de la mínima profundidad. Y este deporte se trata de alojar el balón en la red de enfrente. Cinco goles han marcado los heliopolitanos ya consumidos 810 minutos de Liga, alargues aparte. Y tres de esos cinco, ante rivales obligados a replegarse al sufrir una expulsión. Es de una pobreza apabullante.

Y Quique Setién parece impasible. Ahí sigue asomado en el alminar de su castillo, con el consejero de palacio Eder Sarabia a su lado, impermeable al malestar de la grey bética, cuyas voces críticas resuenan más con el paso de los partidos. El entrenador montañés sigue aferrado a su ideario. Otra vez salió con Francis. Otra vez con cinco defensas ante un recién ascendido. Otra vez con un solo punta y muchas piezas repetidas: Canales, Boudebouz y hasta Inui, porque Setién ubica al japonés por dentro cuando el chico se abrió paso en el fútbol español trazando endiabladas diagonales desde la cal de Ipurua.

Sidnei se lamenta llevándose las manos a la cara. Sidnei se lamenta llevándose las manos a la cara.

Sidnei se lamenta llevándose las manos a la cara. / Antonio Pizarro

En la virtud de este Betis también parece reposar el pecado. En su misma capacidad para asociarse, tocar y conservar el cuero, también radica su cerrazón para salirse del guión, romper ese baile de salón y con un cambio de ritmo desarmar al enemigo.

Empezó a rodar la pelota bajo ese ambiente festivo que jamás falta en Heliópolis en el prólogo. Y aunque el propósito de los de verde y blanco era someter al Valladolid con la insistente posesión, reincidió en ese fútbol balonmanístico, en el que parece tener prohibido pisar el área contraria. El único que se rebeló fue Canales.

Fue quien arrancó desde atrás y progresó en conducción para abrir un agujero en la muralla del enemigo. Pero falta que los compañeros se suban a su grupa. Inui y Boudebouz se retuercen en su fútbol artificioso en la corona del área y Loren, al final, acaba saliendo del área en busca de contactar con el balón, de pura desesperación.

Las dos llegadas con visos de peligro del Betis en la primera parte sobrevinieron por sendas recuperaciones muy atrás, que sorprendieron al Valladolid algo descolocado. Una recuperación de Sidnei en la corona de su área y una conducción de Canales. Pero en ataques posicionales, cero.

El Valladolid percibió pronto que el fuego bético era de artificio, y como a diferencia del Leganés sí que hizo por atacar, halló premio en su primer tiro entre los tres palos. Leo Suárez, el imberbe cedido por el Villarreal que actuó de mediapunta por detrás del turco Enes Unal, descargó de primeras a la siniestra, desde donde Toni Villa, otro joven que no debe pesar más de 60 kilos –le dio la noche a Francis– sirvió un fantástico pase, de izquierda a derecha, a la incorporación de Antoñito, quien a bote pronto fusiló por abajo a un descolocado Pau López (36’).

Antoñito celebra su tanto en el Villamarín. Antoñito celebra su tanto en el Villamarín.

Antoñito celebra su tanto en el Villamarín. / Antonio Pizarro

Se consumió el primer acto y del peligro bético ni una sola noticia. Tras el intermedio, los verdiblancos tuvieron una fase de acoso algo más afilado. El Valladolid se vio obligado a retroceder y Junior –junto a los ausentes Joaquín y Tello es quien mejor acompaña a Loren en el área– por fin irrumpió. Un centro suyo debió ser gol, pero quien cabeceó a quemarropa fue Inui, no un delantero, y la pelota salió muy desviada. Fue la única ocasión medio clara del Betis (58’). Setién lo debió ver y trocó al nipón por Sergio León.

Nada cambió. Tampoco con la entrada de Lo Celso por Canales porque los heliopolitanos, en el último cuarto de hora, claudicaron. Con las líneas muy separadas, los medios pucelanos incluso se hicieron con la pelota y desahogaron a los de atrás. Se apagó el ánimo de la grada, que sólo volvió a rugir tras el pitido final. Lo hizo contra un empecinado rey en su almena.

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