La ciudad y los días
Carlos Colón
Montero, Sánchez y el “vecino” Ábalos
Investigación y Tecnología
En los últimos años, el agua con gas se ha convertido en la bebida perfecta para quienes quieren perder peso. Sentir el cosquilleo de las burbujas en la garganta y contar con una bebida refrescante que nos aporta cero calorías se convierte en el sustituto de los refrescos azucarados y es una forma de estar hidratados de una forma menos "sosa" como el agua normal. El problema es que por la manera en la que la digerimos no es apta para todas las personas, principalmente, aquellas que presentan afecciones como el reflujo o colon irritable.
Según la doctora Sara Marín Berbell, el agua con gas es una bebida que "la amas o la odias", así que en medio de este debate, la pregunta clave no es si el agua con gas adelgaza por sí misma ya que ninguna bebida sin calorías provoca mágicamente la pérdida de peso, sino si puede ser una herramienta útil dentro de un enfoque integral que combine la alimentación equilibrada con la actividad física y otros hábitos saludables. Para responder, conviene revisar qué dice la investigación sobre sus efectos en la saciedad, la hidratación y el metabolismo, y contrastarlos con las virtudes universales del agua normal, la bebida por excelencia de la salud. Solo así podremos decidir cuál ocupa el lugar protagonista en nuestro día a día.
Diversos estudios sugieren que el gas aporta ventajas específicas cuando el objetivo es controlar la ingesta de comida. El primero y quizá más evidente es el efecto de distensión gástrica, es decir, las burbujas ocupan volumen en el estómago, generando una señal mecánica de llenado que llega al cerebro y reduce la sensación inmediata de hambre. Un ensayo japonés ya clásico mostró que beber agua carbonatada en ayunas aumentaba significativamente la percepción de plenitud frente al agua sin gas en un grupo de mujeres jóvenes sanas. Esa saciedad temprana, aunque transitoria, puede ser suficiente para elegir raciones más moderadas o retrasar un picoteo innecesario, contribuyendo a un menor aporte calórico diario.
Además, el consumo de agua con gas se asocia a un impulso de hidratación en personas poco habituadas a beber agua "plana". La efervescencia y la sensación táctil placentera animan a beber más, una ventaja importante si recordamos que la deshidratación leve puede interpretarse erróneamente como hambre. Por otro lado, investigaciones recientes plantean un efecto metabólico curioso. Esto se explica en que la conversión del CO₂ en bicarbonato dentro del organismo incrementaría la captación de glucosa por los glóbulos rojos, un fenómeno descrito en un informe de 2025 publicado en BMJ Nutrition, Prevention & Health. Aunque el impacto real sobre el peso es modesto, esta línea abre la puerta a explorar si las burbujas influyen en la regulación glucémica entre comidas y, con ello, en la apetencia por alimentos ricos en azúcar.
Conviene matizar que no todo son ventajas. Un trabajo de 2017 en Obesity Research & Clinical Practice halló que el gas podía elevar los niveles de grelina que es la hormona relacionada con el hambre, efecto que, de confirmarse en estudios más amplios, contrarrestaría parcialmente la saciedad inicial. La conclusión provisional es que el agua con gas puede complementar, pero no sustituir, una estrategia global de adelgazamiento ya que ayuda a quitarnos algunas calorías porque es un sustituto de los refrescos azucarados, además facilita la adhesión al plan de hidratación y brinda un extra de plenitud que, bien gestionado, desemboca en un menor consumo energético.
Ambos tipos de agua comparten beneficios, es decir, aportan cero calorías y una gran hidratación al organismo. Su diferencia está en la fisiología digestiva. Por lo que respecta al agua sin gas pasa rápidamente al intestino sin originar expansión abdominal; por ello, personas con tendencia a la hinchazón, la dispepsia o el reflujo gastroesofágico suelen tolerarla mejor. Sin embargo, el agua con gas, puede provocar eructos y sensación de plenitud excesiva si se ingiere deprisa o en grandes cantidades,pero, a su vez, también nos ayudar a frenar los impulsos con la comida ya que las burbujas llenan nuestro estómago haciéndonos sentir más saciados. Elegir una u otra depende, por tanto, de la respuesta individual, del momento y de nuestro estado de salud, ya que como nos cuenta la doctora Sara Marín Berbell en el siguiente vídeo que ha publicado en su cuenta de instagram (@uncafecontudoctora), el agua con gas no le sienta bien a todo el mundo.
Por poner un poco de contexto, ninguna de las dos opciones es explícitamente "mejor" para adelgazar porque al final todo depende del contexto nutricional y de la preferencia personal. Lo que sí se puede confirmar es que la evidencia actual indica que el agua con gas puede incrementar la saciedad y ayudar a reducir la ingesta calórica, si está sustituyendo las bebidas calóricas. Además cuenta con un posible efecto extra sobre el metabolismo de la glucosa. El agua normal, por su parte, destaca por la ausencia total de efectos secundarios digestivos y por su accesibilidad, por lo que podríamos integrar ambos tipos de agua y recibir los beneficios que nos ofrecen las dos. Por un lado, reservar el agua con gas para momentos clave de control del apetito y optar por la versión sin gas el resto del día, asegurando así una hidratación continua y agradable, sin comprometer la comodidad digestiva.
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