Ignacio Valduérteles
Doctor de la Iglesia y cofrade
Nosotros ya lo sabíamos. Escucharle era como atender a los sabios maestros que dominan una materia. Nuestro querido Juan del Río ya tiene cátedra, y en su Universidad, a la que se dedicó pastoralmente con ardor y fe. Su legado sigue vivo, sus palabras siguen resonando más actuales que nunca en la Universidad de hoy. La impulsan los colectivos y hermandades en las que su misión pastoral fue una verdadera bendición para todas ellas.
Juan era un sacerdote cercano, claro en sus palabras y con un profundo compromiso con la formación cristiana, especialmente de los jóvenes. Conectó de forma profunda los conceptos de “cultura y fe”, sostenía que una fe auténtica no solo sobrevive, sino que sostiene y enriquece una cultura humana plena y liberadora.
Era un sacerdote cofrade, pero sabía de los males que nos aquejan y los combatía. Para él la Religiosidad Popular era “una manera legítima de vivir la fe, un modo de sentirse parte de la Iglesia… y una forma de ser misioneros” Defendió una cultura social centrada en la empatía y el servicio al prójimo, esenciales para una comunidad cristiana. Para él la fe, para no fragmentarse, debe encarnarse en la cultura. Y la cultura necesita de la fe para desarrollar su sentido último, humano y trascendente.
Entendía las expresiones populares como espacios válidos de evangelización, pero siempre que respondan a un indudable compromiso social. Juan del Río fue un pensador cristiano que entendía que la cultura es el campo natural donde la fe se hace creíble y fecunda. Para él, el Evangelio no es un mensaje encerrado en códigos religiosos, sino una Palabra viva que se dirige al corazón de los hombres y mujeres de cada tiempo, con sus búsquedas, lenguajes y aspiraciones. En varias de sus publicaciones, como “La cultura del diálogo” (1995) o sus colaboraciones en los simposios "Fe y culturas", dejó claro que el cristianismo tiene una vocación cultural inseparable: no se trata solo de transmitir doctrina, sino de “transformar el mundo con el fermento del Evangelio”. Alertaba de la excesiva inculturización: “No se trata de adaptar la fe a la cultura, sino de hacer que la fe inspire, cuestione y transforme la cultura”, decía con frecuencia.
Su pensamiento recogía la mejor tradición del Concilio Vaticano II y de pensadores como Romano Guardini o Juan Pablo II, que defendieron que una fe auténtica debe ser creativa, propositiva y capaz de dialogar sin diluirse. Porque donde hay belleza, verdad y bien, allí resplandece Cristo. Y Juan del Río, con su vida, su palabra y su ejemplo, supo mostrarnos ese camino. Para Juan, lo esencial no está en lo externo o reluciente, sino en una vida cristiana comprometida y auténtica. Ahora existe una cátedra para dar cabida desarrollo a este pensamiento tan importante para la religiosidad actual. El catedrático del Río sigue enseñando.
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