Adolfo López / Médico y ex hermano mayor del Cerro

La ceniza sevillana

A punta de bisturí

No hay mejor lugar en este mundo terrenal que haya asumido con más naturalidad la conversión del dolor en virtud, la mortificación en fortaleza, el ayuno en santidad y la abstinencia en derroche

La elaboración de la ceniza
La elaboración de la ceniza / Ruesga Bono

11 de marzo 2025 - 11:26

Como floración estacional de la ciudad, por fin yace sobre nuestras sienes la ceniza, fría e inerte como la reina de la muerte de San Gregorio, residuo de lo que nos corrompe y lo que nos lastra, rescoldo de las vanidades que nos atan y por lo que ansiamos convertirnos en hombre nuevo a través de la penitencia, el sacrificio y la súplica del perdón, el triunfo de la vida sobre el fin, que solo se consigue en la cruz y que Sevilla transforma en fiesta.

No hay mejor lugar en este mundo terrenal que haya asumido con más naturalidad la conversión del dolor en virtud, la mortificación en fortaleza, el ayuno en santidad y la abstinencia en derroche, gracias a ese catolicismo sevillano que se ha intentado exportar a otras culturas de nuestra geografía mundial sin éxito, puesto que sólo una especie autóctona e irreproducible como el hominis hispalensis cofrade puede desarrollarlo.

La cuaresma es tiempo de dolor redentor, para alcanzar el perdón de Dios a través de la mortificación corporal, autocastigo sevillano que nos infligimos a través de las trabajaderas bajo las que crece otra fe, la desheredada, la siembre denostada porque su conversión se escribe con letras de sudor y esfuerzo, el abrazo a un compañero y noches de soledad, en lugar de lucir un escudo en la solapa, una tarde en los palcos o una oración en un reclinatorio, que también se reza sufriendo bajo el madero.

No deja de ser contradictorio que se incida en la crítica de los hombres del costal, por gran parte del mundo ortodoxo cofrade por su comportamiento poco eclesiástico, escasez de fe o poca fidelización a la Hermandad por pertenecer a cuadrillas de múltiples cofradías, y sin embargo se tenga escasa autocritica con la actuación poco evangelizadora de algunos miembros de juntas de gobierno, que con escaso sentir piadoso utiliza la hermandad para su propia escalada politicofradiera sin ningún tipo de empatía o misericordia con los hermanos, o incluso algún otro que se autoinmole en hermandades conflictivas para su salto a la calle San Gregorio, que no sede de la Santa Canina. Y ya ni mencionamos la indulgencia plenaria con la que cuenta la inacción de los integrantes del órgano regulador de nuestras cofradías, o los sabios oradores de nuestros programas cofradieros, sanedrín de la ortodoxia y tribunal académico de lo válido, excelso y selecto de nuestro patrimonio, purificador de los excesos y garante de la tradición, curioso cuanto menos.

La cuaresma es ayuno, sacrificio y abstinencia, purificar el cuerpo con la necesidad para hacernos fuertes ante la tentación, que el sevillano la viste de mil convivencias en las casas de hermandad, almuerzos postfunciones, dietas ”torrijeras” con copa larga, y créditos hipotecarios para financiar la túnica de terciopelo y merino y la nueva de Ruán, las cuotas anuales de cinco cofradías y tres glorias, los dos palcos en plaza y las tres sillas de sierpes y las ronchas en General Polavieja de toda la semana, eso sí, sin comer carne los viernes, que para eso está el bacalao, la doradita, las lubinas y el bogavante. Lo superfluo lleva a lo absurdo, y lo absurdo a lo indignante, asumiendo la incoherencia como forma de vida. No podemos rasgarnos las vestiduras cuando contemplemos una multitud de seguidores tras un cortejo pirata, o una auténtica horda de fieles fans alrededor de una banda cuando pasa la imagen del Cristo sin apenas una mirada, o miles de pantallas centelleantes en la noche “al paso de un paso” para tiktoquearlas y que no sean capaces de retener el momento en sus retinas y hacer sobre su rostro la señal de la cruz por la que estamos aquí. Todo ha sido aceptado con normalidad porque entre todos hemos contribuido a que reine la estética y lo atractivo sobre lo esencial, a que se sobrestime el ego y lo relevante ante la humildad, lo fácil y lo inmediato sobre el sacrificio.

Y aun así, la cuaresma es el despertador de Sevilla, antesala de la gloria como diría el pregonero de los fósforos, que si ha sabido traernos esta singularidad de la existencia hispalense desde aquellos disciplinantes de Nuestro Padre Jesús del Silencio allá por San Lázaro atravesando huertas, hasta estos tiempos de sobredimensión, con cortejos de millares de nazarenos, calles atestadas de turistas, listas de espera de años para tocar una trabajadera, agrupaciones musicales cuyo banderín avanza por la confitería de campana y el último integrante aún está a mitad de Tetuán con un pinganillo para saber lo que están tocando, treinta y tres mil sillas más los palcos con colas del respetable para solicitar las que quedan libres y mangazo incluido de los turoperadores, y sobreviviendo a prensa, cangrejeros, Consejo, Palacio y hasta al propio sevillano, esta bendición que nos enloquece y nos enamora tiene garantizada su subsistencia a perpetuidad por quince siglos más… A no ser que queramos arreglar las cosas.

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