Cuando corrió la noticia de la visita milagrosa de la imagen a uno de sus antiguos fieles, el templo empezó a llenarse de devotos que habían decidido probar el camino de la rebeldía, e incluso de la blasfemia. Hacían cola para gritarle al Señor: “¡Hemos terminado, ya no vengo más, si quieres verme tendrás que venir tú!”. El problema era que la hermandad luego no daba abasto para tantos traslados: el que hicieron por obras en la capilla, una misión en un barrio lejano aprobada de improviso en un cabildo… El colmo de las casualidades fue aquella avería en plena carretera del camión que trasladaba a la imagen para restaurarla. Casi le cuesta un infarto al mecánico que acudió al aviso, y que meses atrás había decidido dejar de hablarse con el Señor.