A punta de bisturí
Por fin te encuentro, Madre
Aún retumban los tres golpes de llamador en el teatro, atril del Maestranza desde el que se nos reclama a filas cada año en el Pregón con mayúsculas para anunciarnos que todo está listo. Y aunque el formato sea llamado al menos a darle una vuelta, ha cumplido el cometido de convocarnos a nuestra semana más grande, y ha sembrado Sevilla de nuevo de debates por nuestros bares y casas de hermandad sobre estrenos, cuadrillas, música…. y pregoneros.
Ya se han realizado todas las mudás, y descansan en sus pasos todos los yitulares, semana de retranqueos -aunque los más añejos le llamen aun zamarreón- para comprobar que no dejaron nada suelto, aunque siempre quede alguna llave inglesa sobre un techo de palio descuidada. Por los despachos, sacadas todas las papeletas de sitio, se apuran para exponer las listas de la cofradía, aunque queden rezagados que horas antes atosigan al diputado mayor de gobierno para decirle que viven ya fuera y les ha sido imposible sacarla en plazo. Ultimas gestiones para la llegada de la cera, el carbón y el incienso, la contratación del personal auxiliar, la preparación de los carros de los cirios y el material de los botiquines, Hermandades que son ahora mismo un hervidero de devotos que hasta las últimas horas se acercan para adquirir medallitas y estampas, y de camino asomarse a ver cómo han dejado los priostes de bonitos sus pasos, gracias al trabajo incansable de tantos jóvenes que afortunadamente mantienen vivas nuestras Hermandades, compaginando su sacrificio con sacar los estudios adelante, pintando un futuro prometedor en el lienzo de nuestra Semana Santa.
Es el momento de la ilusión, de soñar con la emoción de la estación de penitencia bajo un antifaz o la trabajaderas, de mirar los partes en las previas para ver si la lluvia nos respetará, del abrazo en el encuentro de un hermano que como floración ves año tras año en los preparativos, para cerrar el círculo de la vida en Sevilla ante tu Cristo y tu Madre y ver juntos poner las flores a los pasos y vestirte con la túnica en casa de sus padres, mientras afloran los sentimientos por los que ya no están y que formaron parte de tu historia, gracias a los que te inyectaron aquel veneno hecho de azahar y miel de torrijas, para el que no existe antídoto.
Ya habrá tiempo del análisis, ya vendrán las semanas postsueño para sacar conclusiones, cada uno las suyas, o con amigos en la barra de cualquier tasca, que son mucho más sanas y menos interesadas que las del Sanedrín de los distintos programas de televisión o radio cofrades. Y tendremos la oportunidad de llenar nuestras tertulias con el negocio de la reventa de sillas de nuestra carrera oficial, con el maltrato sistemático a los fieles abonados, grandes y necesarios patrocinadores de toda la logística que requiere nuestra Semana Santa. O el trepidante traslado para el vía crucis del Consejo en una jornada con alerta amarilla declarada por climatología adversa, y con unas imágenes poco enriquecedoras sobre la actitud de uno de los religiosos que presidia aquella “carrera al sprint” cuando arribaron a la Seo, Iglesia de Sevilla, Madre de todos los fieles. O sobre determinados carteles donde no sabemos si se elige a la obra o a su autor, si se antepone el prestigio de una firma sin importar el mensaje que queremos transmitir, haciéndonos comulgar con ruedas de molino al respetable del altísimo valor de todo lo salido de la mano de determinados artistas, cuando la cartelería debería ser un medio de expresión y evocación de un acontecimiento con una gran carga emocional colectiva, con el consiguiente y manido argumento despectivo sobre la escasa sensibilidad artística del pueblo. O debatir sobre las masas seguidoras de agrupaciones musicales y cuadrillas con más devoción que el titular que preside el paso, o las “seudohermandades culturales” que llenan la cuaresma, o los rankings por la nómina de nazarenos aunque no sepan ni a qué van… Un largo etcétera que llevará milagrosamente a nuestras cofradías desde la misma Feria hasta la fina arena de la playa.
Ahora es tiempo de bajarse el antifaz y escuchar el sonido estremecedor del portalón, que se clava como un llamador en el corazón, de la mano de un niño pedir caramelos, de capirotes inquietos tras una cruz de guía, del rufar de una caja tras un misterio, de la saeta desgarrada en el balcón, y la emoción de la devota octogenaria que cada año acude por si acaso a despedirse de su Madre y vecina, y deja escapar su lágrima de la misma miel con la que sus gastadas manos hicieron de nuevo los pestiños para los suyos y les pusieron los botones con terciopelo a las túnicas.
Llegó la hora de ajustarse la faja y tirar del costal, levantar el faldón y sumergirse en la eterna noche de las trabajaderas, noche de sombras entre naranjos apremiando tus pasos, noche de tu túnica entre la nube de incienso, noche de miradas y rezos que dan sonido a la noche, noche de Ti, Señor, emperador de la noche de las noches sevillanas… “¡¡Ponerse!!”.
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