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De Ceuta a Sicilia, bodas de oro de un diácono

De Ceuta a Sicilia, bodas de oro de un diácono

De Ceuta a Sicilia, bodas de oro de un diácono

Hoy han volado de luna de miel para visitar Palermo y Trapani, en Sicilia. En realidad, es el viaje de novios de sus bodas de oro. Alberto Álvarez Pérez (Sevilla, 1949) y María José Guerrero se casaron el 20 de mayo de 1973 en la iglesia de la Trinidad. La boda la ofició el padre Antonio María Calero, salesiano, tío del novio. “Mi mujer también tenía un tío salesiano”. Un mes antes, la Feria se había trasladado desde el Prado de San Sebastián a Los Remedios. Cincuenta años después, han renovado su compromiso nupcial en una ceremonia presidida por Carlos Coloma, párroco de San Vicente Mártir, donde Alberto ejerce de diácono.

La luna de miel de hace cincuenta años da para una película de neorrealismo italiano. “Yo era corresponsal en Sevilla de El Faro de Ceuta, donde publicaba una página semanal, ‘Desde el balcón de la Giralda’. El director de ese periódico, Joaquín Ferrer, nos invitó entre el 21 y el 24 de mayo de ese año a pasar unos días en Ceuta”.

Tercero de los seis hijos de Francisco y Encarnación, su padre era policía municipal, “lo que llamaban guindilla, estaba casi siempre en la Campana y una vez le regalaron un pavo”. Alberto es el coordinador de los 61 diáconos con los que cuenta la diócesis. Su ordenación el 6 de noviembre de 2009 fue el primer acto pastoral de Juan José Asenjo como nuevo arzobispo de Sevilla. Alberto vivió la transición entre Carlos Amigo y su sucesor.

Ha entrado dos veces en el Seminario. La primera vez, con doce años, “cuando el de Pilas era el Seminario más grande de Europa”. Estuvo entre 1961 y 1965. “Allí vivimos la llegada del Concilio Vaticano II, que fue una debacle para la Iglesia en el buen sentido. Yo siempre he sido muy conciliar. La Iglesia necesitaba aire fresco, ventanas abiertas. Los curas daban la misa de espaldas y en latín. Los dos cambios más importantes se vivieron en la liturgia y en los laicos, que hasta entonces éramos un cero a la izquierda”.

Se sale del Seminario y a través de un amigo de su padre entra como meritorio en la compañía de seguros Zurich, donde estuvo trabajando la friolera de 42 años. Ha sido una de sus muchas vidas. En 1993, más de tres décadas después de su primer ingreso, vuelve al Seminario, esta vez para estudiar Teología y obtener las herramientas como diácono. Experto en transiciones, vivió el último año del Seminario en el Palacio de san Telmo. “Dios me ha dado dos vocaciones: la diaconal y la matrimonial”.

La segunda fue “un auténtico flechazo”. Vecino de la Macarena, criado en la serpenteante calle Pozo, la auténtica Sierpe del callejero de Sevilla, un día se cruzó con la que sería su mujer. “La seguí, se subió al autobús con su hermana y el novio de su hermana, yo también me monté y me bajé con ella en Pío XII”. Ahora están en Palermo. Es la madre de sus hijos Alberto, director de la Orquesta Sinfónica de Bormujos, y Abraham, responsable de la parte cultural de una academia de estudiantes norteamericanos. Es la abuela de sus nietos Laura y Tomás. “Mi mujer era encargada en una peluquería, pero cuando nos casamos dejó de trabajar. Irene Montero me va a matar, pero se dedicó a cuidar de los niños, un trabajo de 24 horas”.

Su concepto del matrimonio tiene mucho que ver con su vocación cofrade. Desde hace cuatro décadas es hermano de las Penas de San Vicente, hermandad que comparte con las Siete Palabras la pertenencia parroquial a la iglesia de San Vicente. “Estando en el Seminario, en la Semana Santa de 1963 vine al centro para arreglarme las gafas y me encontré al Cristo de las Penas en Tetuán. Te mira y te desnuda. Con mi mujer hemos tenido los encontronazos naturales. El Cristo de las Penas está caído, pero lo importante no es la caída, sino levantarse”.

Dos hijos, dos nietos… y nueve libros. “Nueve publicados, uno en el ordenador y otro que voy escribiendo a medias con el Espíritu Santo. Padezco de insomnio y aprovecho esa circunstancia para escribir”. Al corresponsal de El Faro de Ceuta siempre le gustó hilar frases. En el colegio ganó un concurso de poesía con el poema titulado Un tiempo de paz.

La producción literaria del diácono Alberto Álvarez ocupa muy variados temas. Es autor de los libros Verdades y contradicciones humanas; Teresa (historia de una chica de posguerra); Cuaderno de sueños prohibidos (apuntes autobiográficos de los años cincuenta); Reflexiones desde mi balcón; Una España diferente; La tesis del abuelo, que lleva el explícito subtítulo La otra memoria histórica, anunciado con sendos fragmentos de Antonio Machado y Unamuno, “este libro lo escribí durante el covid”; Triana en la encrucijada del 36; La esencia de vivir en pareja y La esencia de vivir en familia.

Los diáconos pueden administrar todos los sacramentos con la excepción de la Eucaristía y la reconciliación (lo que era la confesión). Un acervo sacramental que ocupa tomos y tomos en el despacho del diácono. El libro más antiguo de Bautismos data de 1517; el de bodas o desposorios, de 1543; el de defunciones, de 1592. No habían nacido Velázquez ni Murillo. Es un personaje de esta collación entre Alfaqueque, San Vicente y Miguel Cid. Iglesia que construyó el arquitecto valenciano Leonardo de Figueroa y que rinde tributo a Teresa Enríquez.

Vecino de la calle Baños, dice que nunca tarda “menos de media hora” en llegar a su casa, “todas las semanas paso a ver a mis niñas, siete u ocho, la más joven, Adela, tiene 84 años; Pura, la mayor, 93”. Entre libros del alfa y el omega de la vida, en este alambique que transforma las Penas en Alegrías, su despacho es a veces refugio de consuelo y de aliento. “Vino una señora llorando con su nieto para pedir una partida de bautismo. El padre del niño estaba en la cárcel, la madre ejercía la prostitución. La señora se desahogó y salió de aquí con una sonrisa”.

Ordenado en noviembre de 2009. Dos años después participó en la logística sevillana de la Jornada Mundial de la Juventud que el papa Benedicto XVI presidió en Getafe. Fue seminarista con Bueno Monreal y lo ordenó Asenjo Pelegrina. Por medio, estudió Teología cuando estaba al frente de la diócesis Carlos Amigo Vallejo. Vivió el Concilio Vaticano II desde las entrañas de un seminario, el de Pilas, al que llegó Adolfo Marsillach para hacer de sacerdote en una película que dirigió Mariano Ozores.

De Ceuta a Sicilia, la doble luna de miel de un diácono aficionado a escribir. Ha vuelto a decir sí quiero ante el Cristo de las Penas. Los invitados de las bodas de oro cabían en un microbús. “Hace cincuenta años el convite fue un desayuno”.

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