Tribuna de Opinión
La oportunidad para Sevilla: movilidad y flexibilidad, fiel a su esencia
Calle Rioja
COMO jugaba en casa, Carlos Herrera tiró de la cantera. Mientras en el Lope de Vega se celebraba el día de Sevilla, el rey de la amanecida organizó el día de la provincia. Allí estaban Javier Caraballo, de Alcalá de Guadaíra; Ignacio Camacho, de Marchena; José Antonio Naranjo, de Morón; Paco Reyero, de la Puerta la Carne; y por teléfono público, que diría Pepe Guzmán, entraba desde su casa de Aznalcázar Antonio García Barbeito. Canteranos, como la Real Sociedad en sus buenos tiempos, con el refuerzo de la donostiarra Carmen Gurruchaga, que completaba esta orquesta Mondragón.
Herrera hizo alpinismo urbano para subir a una de las cotas más altas del Metropol Parasol, al restaurante Gastrosol que ha abierto Antonio Palomino. Este empresario, que hace once años se hizo cargo de La Alicantina, ha llevado la alquimia del secreto de la ensaladilla rusa desde el Salvador hasta la Encarnación, custodiada por cocheros de librea a través de Puente y Pellón.
A los canteranos se les unieron muy pronto los oriundos para la hora más divertida y participativa de la radio española: Jesús Melgar, de Algeciras, con noticias frescas del tratado de Utrecht, y Lorenzo Díaz, manchego de Solana del Pino, sociólogo de la radio y del condumio, quijotólogo impenitente que se ha hecho feligrés de la diócesis hispalense por la parte de Sigüenza, la patria chica de Monseñor Asenjo Sedano.
La unidad de oyentes que iban llenando el patio de butacas eran las personas que cabían en el ascensor. Desde el madrugón hasta el mediodía; desde los calentitos del bar La Centuria al aperitivo. Sevilla en fiestas, Hemingway sutil, para una España alicaída que es deuda para el domingo.
Entrevistaba Herrera a Susana Díaz, consejera de Presidencia e Igualdad de la Junta de Andalucía, también producto de la cantera asaeteada por los arietes dialécticos de la mañana. Entre bastidores, Lorenzo Díaz calculaba cuántas personas cabían en un coche que no fuera un Simca Mil. El fiel colaborador del programa preparaba una elegía radiofónica a Busto, el portero del Sevilla que ganó la Liga del 46 y que fue socio y suegro del defensa del Betis que ganó la Copa del 77. En el equipo de aquel cancerbero también había un Herrera en la delantera escoltado por apellidos igualmente míticos: López, Arza, Araujo, Campos. Ir a hacer un programa de radio a las setas es como jugar un partido de fútbol en el estadio de la Cartuja.
Antonio Palomino atendía a la embajada radiofónica. Beli García, su esposa, la que fuera musa radiofónica del maestro Araujo, hacía fotografías del evento. Muchas personas, gracias a la radio, conocían por primera vez esta arquitectura más próxima a la ortodoncia -la heterodoncia, más bien- que a las bellas artes. Fauces de megaterio, peinetas de Martirio pantagruélica. En cada pausa publicitaria, una ocasión para ver las vistas. "Me gusta más desde abajo", dice Naranjo. "Desde arriba, hay vistas mejores".
Rosana Güiza en Sevilla y Beatriz Ramos-Puente desde Madrid reforzaban la infantería de esta maquinaria para despertar a un país por parte de un comunicador que eligió la ciudad en la que hizo el servicio militar. Pepe Fernández, vecino de esta zona, periodista de raza, controlaba los detalles de la mañana. Herrera en la Onda. David somos todos. Hasta Goliath, que también se apunta a ser consejero de Presidencia e Igualdad.
Se fue Susana Díaz y fueron apareciendo otros invitados. Ayer le tocaba entre los tertulianos al sindicalista Fidalgo, pero se equivocó de día. Tuvieron que recurrir a Caraballo, que repitió el itinerario de los panaderos de antaño para traerle la hogaza al maestro.
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