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Jacinto Pellón, el Bonifaz de la Sevilla del siglo XX

  • En sus cuentas, decía que había servido al Estado cinco años y fue reo del mismo Estado los once años que duró su calvario judicial.

Estaba sentado en una mesa de la cafetería José Luis, asomado a la Plaza de Cuba. Jacinto Pellón (Soto Iruz, Cantabria, 1935- Barcelona, 2006) era inconfundible, aunque ya habían pasado 11 años desde la clausura de la Exposición Universal de 1992. Era enero de 2003. El año que este ingeniero cántabro recuperó la sonrisa después de 11 años de calvario judicial. “He servido al Estado cinco años y he sido reo del Estado 11”, confió a sus amigos en respuesta omitida en la entrevista que le hicieron en un diario nacional. Era a finales de enero de 2003. Yo esperaba en la mesa de al lado a Teresa Jiménez-Becerril, con la que había concertado una entrevista para recordar a su hermano Alberto en el quinto aniversario de su asesinato.

Todos los sevillistas, incluso muchos que por juventud ni lo conocieron, saben qué día murió Jacinto Pellón. Siempre huyó de las cámaras, de la publicidad, aunque durante un tiempo estuvo en el ojo del huracán. Lo que una parte de su vida le resultó complicado lo consiguió el día de su muerte: pasar desapercibido. Ese día el Sevilla ganó en Eindhoven, capital de la Philips, la final de la UEFA al equipo inglés Middlesborough. Los goles de Luis Fabiano, Maresca y Kanouté silenciaron el fallecimiento de uno de los hombres que más han hecho por modernizar la faz de la ciudad. Y al que después de muerto, le niegan el pan y la sal.

Este 2012 en el que se cumplen 20 años de la Expo supone una doble conmemoración en la trayectoria profesional de Jacinto Pellón Díaz: se cumple medio siglo de su licenciatura como ingeniero de Caminos,  Canales y Puertos y un cuarto de siglo desde que el entonces presidente del Gobierno, Felipe González Márquez, alarmado por los retrasos en las obras de la Expo, y siguiendo la recomendación de su cuñado, Francisco Palomino, lo contrató en 1987 para incorporarse al staff técnico de la Exposición.

En el avión que le trajo a su nuevo destino debió recordar su dilatada hoja de servicios en Andalucía. El 2 de enero de 1963 viene por primera vez a Sevilla para hacer las prácticas de la milicia en Ferrocarriles y se incorpora a la delegación sevillana de Dragados y Construcciones. Después de cumplir con la patria, Dragados lo destina a Huelva, precisamente la ciudad de la que había salido el almirante cuya gesta oceánica  le iba a complicar la vida y la agenda a este ingeniero campechano. En Huelva  instaló las primeras factorías de prefabricados pesados, modelo de las que después se harían en el Campo de Gibraltar y en Sagunto.

No fue la Expo el primer encargo que le hizo el Gobierno socialista. Antes lo pone al frente de Hispano Alemana de Construcciones tras la expropiación de Rumasa en febrero de 1983. Quien hizo la mili en Ferrocarriles iba a vivir una colisión de trenes con el catedrático de Derecho Mercantil Manuel Olivencia, nombrado por su antiguo alumno Felipe González comisario de la Exposición hasta su destitución en noviembre de 1990. Un cántabro y un rondeño. Un ingeniero y un abogado mercantilista. En este caso el norte y el sur no se fundieron con esa armonía del cántabro Velarde y el sevillano Daoiz.

La que peor se tomó su nombramiento como consejero delegado de la Sociedad Estatal fue Rosa, su mujer. “Cuando lo visité en Sevilla, pudimos estar con Rosi y él no pudo llegar ni a tomar café después de cenar”, escribía su amigo y condiscípulo Francisco Altemir Ruiz-Ocaña en la necrológica de Pellón publicada en el Boletín del Colegio de Ingenieros de Caminos. “Hizo un trabajo titánico”, dice quien fue compañero de carrera y de Dragados, que concluye su perfil con versos de Antonio Machado: “Y cuando llegue el día del último viaje / y esté al partir la nave que nunca ha de tornar, / me encontraréis a bordo, ligero de equipaje, / casi desnudo, como los hijos de la mar”.

Sus íntimos cuentan que nada más clausurarse la Expo, recogió unos cuantos papeles y se fue a navegar, su gran pasión. “Es el almirante Bonifaz de la Sevilla del siglo XX, que todavía no le ha dado el sitio que se merece. Si no viene un montañés con tesón de montañés, la Expo no se hace”, dice su paisano Rogelio Gómez Trifón. “Su pueblo, Soto Iruz, donde está la casona familiar, está en pleno valle del Toranzo”, dice el tabernero del Arenal y del Baratillo. “Eran 11 hermanos; uno de ellos, don Jesús, sacerdote, muy amigo mío, queridísimo en todo el valle”.

Cuando Pellón vino a Sevilla para darle el empujón definitivo a la Expo (se calcula que el proyecto llevaba siete años de retraso), Rogelio le presentó el mejor de los salvoconductos. “Sus tías Carmen y Genoveva, que ha muerto centenaria, vivían en San Martín de Toranzo. Un día fui a verlas y Genoveva me dijo que Jacintín estaba en Sevilla haciendo una cosa muy importante”. Al volver a Sevilla, Rogelio le dijo a su amigo Manuel Navarro Palacios, abogado del Estado y mano derecha de Pellón, que traía para éste recuerdos de su tía Genoveva. “Al día siguiente, Jacinto Pellón se presentó en la Flor de Toranzo”.

El 18 de febrero de 1992 vio desde su despacho las llamas en el pabellón de los Descubrimientos. Dio un puñetazo en la mesa y dijo: “¡Hay que seguir!”. Llamó por teléfono a su amigo el pintor Eduardo Arroyo y le encargó unas siluetas de deshollinador para camuflar los devastadores destrozos causados en el edificio diseñado por el arquitecto Javier Feduchi.

Tenía el aspecto de un ogro bueno. Una mezcla entre Nemo y el capitán Acab. Como Mahoma no iba a la Montaña...  El mar era la metáfora de su vida y cuando veía tierra cerca sentía la desazón que Maqrol el Gaviero, el personaje de Álvaro Mutis que desconfiaba de lo que le esperaba de puertos para adentro. Se hizo a la mar en una cartuja, buen conducto para salvar el alma de quien  fue estigmatizado como epígono del diablo que se comía a los sevillanos crudos.

Cuatro días antes de la clausura de la Expo, presentó un coloquio sobre Arquitectura permanente y efímera. Llegó a una ciudad en la que lo efímero es lo que permanece. En el acto se rodeó de arquitectos: Jean-Paul Viguier, autor del pabellón de Francia, Guillermo Vázquez Consuegra, Antonio Cruz Villalón y el finlandés Petri Rouhinianen, uno de los cinco miembros del estudio que ganó el proyecto del pabellón de su país. Jacinto Pellón era puro magma, un pabellón en movimiento, con su barba y sus ademanes electrizantes (una vez le vi colgar su chaqueta sobre un extintor de incendios), un señor del Aire o del Fuego en la jerga infantil de los Gormitis.    

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