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El efecto Linares prende en el Polígono Norte

Contenedor todavía ardiendo en el Polígono Norte, este miércoles.

Contenedor todavía ardiendo en el Polígono Norte, este miércoles. / Juan Carlos Muñoz

¿Cómo pudo una identificación de un menor por parte de unos policías locales acabar en una batalla campal con dos detenidos, al menos siete heridos, contenedores ardiendo a modo de barricadas y piedras y botellas volando por todas partes? Es lo que ocurrió la tarde del miércoles en el Polígono Norte, donde decenas de vecinos participaron en un altercado contra la Policía que se prolongó hasta bien entrada la madrugada.

Algunos de los residentes aseguran que hubo un abuso policial y que no es el primero, y que la reacción vecinal sólo fue la respuesta de una ciudadanía indignada. Claro que no dicen que la mayoría de los participantes en la gresca eran delincuentes multirreincidentes. Muestran una serie de vídeos grabados con teléfonos móviles para demostrar un supuesto exceso de fuerza por parte de los agentes. Lo cierto es que en ninguna de esas grabaciones se aprecia esa brutalidad de la que hablan y sí la contundencia propia del trabajo policial para tratar de que la situación no se les vaya de las manos. Se quejan también de que dos chicos resultaron heridos por los golpes de la Policía, aunque no consta ningún traslado o ingreso hospitalario relacionado con estos hechos. 

Pero desde luego en ninguno de los vídeos aparecen policías golpeando una y otra vez a alguien en el suelo y ya indefenso, como sí se apreciaba en el vídeo del incidente ocurrido en Linares, que ha terminado con dos agentes de la Policía Nacional en prisión y que motivó una oleada de disturbios en aquella localidad. ¿Pudo esa chispa que se inició en Linares prender la tarde del miércoles en el Polígono Norte? Sin duda alguna.

Lo que ocurrió en Linares no debió pasar nunca de ser un hecho aislado, más aún cuando al rato los policías estaban detenidos y al día siguiente en prisión. Sin embargo, decenas de personas participaron en unos altercados en una protesta contra la Policía, la misma que había detenido a sus compañeros por la agresión a un ciudadano. Si Linares no hubiera sido una de las ciudades con más paro de España, quizás la mecha no hubiera prendido de manera tan rápida.

Los vídeos de la agresión de Linares los ha visto toda España. Han corrido de teléfono móvil en teléfono móvil por todo el país en cuestión de horas. La mayoría de la ciudadanía está muy informada, saben ya quiénes son los policías de la agresión y el historial de uno de ellos hostigando a chicas muy jóvenes de la localidad. Eso ha ido generando una tensión contra la Policía que, en el caso de Sevilla, ha saltado al primer roce. Tampoco han ayudado las imágenes de disturbios en otras ciudades españolas como Madrid, Barcelona y Granada, en protesta por el encarcelamiento del rapero Pablo Hasel, que siempre pueden generar un efecto de contagio.

Y ese primer roce no fue más que una intervención tan sencilla como la identificación de un menor que llevaba toda la tarde circulando en una moto sin casco y haciendo el caballito, burlándose de la Policía. Hasta que los agentes lo interceptaron y decidieron que ya no se burlaba más. A buen seguro hubo un intercambio de comentarios chulescos por ambas partes. Y aquello motivó algo que ya se ha repetido en este y otros barrios deprimidos de Sevilla: la ciudadanía se echa a la calle para impedir una detención.

Pasó hace poco en Bellavista y ha pasado desde siempre en las Tres Mil Viviendas o en Los Pajaritos. Al principio de la pandemia, por ejemplo, hubo una batalla campal después de que unos policías nacionales trataran de mandar a casa a unos chicos que permanecían en la calle incumpliendo el confinamiento. Los del Polígono Norte no podían ser menos. En cuestión de segundos, una multitud rodeó a los cuatro policías locales y trató de rescatar al chico de la moto.

Aquello hizo que los agentes activaran el código QRR, la máxima alerta policial. Todos los policías de la ciudad dejan en ese momento lo que estén haciendo y se dirigen a socorrer a sus compañeros. Y así se juntaron más de 30 vehículos en la calle José Bermejo, una de las principales avenidas del Polígono Norte, entre las ocho y las nueve de la noche del miércoles. Dos personas fueron detenidas y hay ya otras dos identificadas como presuntas autoras de un delito de atentado. Los arrestados son dos jóvenes de 18 y 19 años.

Hasta aquí un episodio que se puede calificar de espontáneo, una identificación policial y una respuesta vecinal, que podría haber ocurrido hace unos años con una menor tensión en el ambiente. En lo que sucedió después influyó sin duda el episodio de Linares. Porque, más de una hora y media después del incidente del motorista, decenas de personas se organizaron para quemar contenedores y colocarlos a modo de barricadas para hacer frente a la Policía.

Se organizó una emboscada, con la gente llamando al 091 por cualquier motivo para provocar que los patrulleros acudieran al Polígono Norte. Los agentes ya conocen este tipo de tácticas y no picaron. Mantuvieron el tipo en una zona del barrio, entre Fray Serafín Madrid y Hermano Pablo y aguardaron, bajo una lluvia de objetos, piedras y botellas, a la llegada de la UIP, los antidisturbios, que terminaron cargando contra los manifestantes. Varios patrulleros acabaron destrozados.

Cuentan algunos vecinos que hubo cargas hasta bien entrada la madrugada, en lo que consideran otro exceso policial. Dicen que los policías disparaban material antidisturbios contra las fachadas de la calle Hermano Pablo y que gritaban a quienes allí viven que no iban a vender ni una papelina en tres meses, porque los controles serían continuos. "Llegaron a decir que la guerra había empezado", asegura un residente en la zona, que augura más disturbios en las próximas noches.

El Polígono Norte se parece a Linares en que es una zona empobrecida y con unos elevados índices de paro, que afecta sobre todo a la población joven. Aunque siempre ha vivido eclipsado por el Polígono Sur, que se ha llevado siempre la atención mediática y de la administración en cuanto a inversiones y planes integrales, esta zona sigue estando entre las más pobres de España. Ocupa el puesto número 13 de los barrios con menor renta media anual de todo el país, con sólo 7.461 por habitante. Y ha tenido siempre un problema con la droga y la delincuencia.

La calle Hermano Pablo, una estrecha vía peatonal que da ya a la vía de servicio de la Ronda Urbana Norte, es una de las más conflictivas de Sevilla. La mayoría de sus habitantes se dedica al tráfico de drogas y en los últimos meses, sin ir más lejos, ha sido escenario de un secuestro, de la muerte por sobredosis de un hombre al que sacaron en una silla de ruedas a la calle y de la agresión a martillazos de un hijo hacia su madre. En una calle próxima fue apuñalado un hombre que iba a comprar droga, en otra zona del barrio ardieron seis coches en una guerra entre clanes de la droga, y en la Carrasca, un barrio situado a escasos 500 metros, un drogadicto que se abastecía habitualmente en el Polígono Norte mató a puñaladas a su padre. Todo eso en poco más de un año. 

Desde hace tiempo, es habitual ver a toxicómanos drogándose en la calle, algo que no se suele ver en otros barrios, donde se compra y se consume en narcopisos. En calles como Virgen de Escardiel o Cazalla de la Sierra se puede uno encontrar a algún yonqui medio oculto entre dos vehículos aparcados, fumando bazuco en papel de plata. El barrio ni siquiera se ha visto tan afectado como otros por los cultivos de marihuana y sigue siendo un foco de venta de drogas duras, principalmente cocaína y heroína.

El deterioro de un tiempo a esta parte es claro y evidente. Todo está más sucio y abandonado, y la presencia policial ha ido siendo cada vez menos continua. Aquí también ha podido influir que algunos de los agentes más activos de la comisaría del distrito Macarena se han visto involucrados en investigaciones judiciales por las que fueron suspendidos o condenados, como el caso del registro de una tienda que vendía tabaco de contrabando o un allanamiento de morada para detener a un traficante. Esto, aunque sólo sea de manera inconsciente, ha ido a buen seguro influyendo en el trabajo policial en la zona.

El joven escritor sevillano Alejandro González Pino, que vivió durante su niñez y adolescencia en el Polígono Norte, describió ese deterioro del barrio en una novela que se publicó el año pasado y que lleva por título precisamente el nombre de la calle, Hermano Pablo. En una entrevista con este periódico publicada el pasado mes de octubre, este novelista constataba que la zona había "pegado un bajón". "Ha vuelto a verse a gente consumiendo drogas a plena luz del día en mitad de la calle. Por la noche vuelve a haber reyertas, que hace muchísimos años que no las había. Incluso algún tiroteo, y yo nunca los había escuchado cuando viví allí. (...) Y sí que hay más suciedad, y un deterioro en los edificios. Hay calles como José Bermejo que han decaído mucho. Y la presencia policial es cada vez menor, ni siquiera se pasa la Policía para garantizar que la gente lleva la mascarilla obligatoria. Y, ojo, lo que pasa en el Polígono Norte no es un problema policial, o al menos no sólo policial. Hay contenedores que tardan muchos días en recogerse, hay una disminución patente de los servicios municipales", decía González Pino.

En esa respuesta está el caldo de cultivo que derivó en unos incidentes como los del miércoles, precipitados sin duda por lo que había ocurrido días antes en Linares. Disturbios como éstos ocurrieron hace 19 años en Los Pajaritos, pero fueron después de un suceso mucho más grave, como fue que un guardia civil matara a un atracador que acababa de asaltar un estanco. Y los ha habido en países como Francia o Gran Bretaña, pero nunca por una cuestión tan simple como la identificación de un menor.

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