"La justicia sigue aplicándose en España básicamente a los pobres"
El rastro de la fama . Manuel Grosso
Este penalista recriado en el Múnich de Fassbinder siempre está dispuesto a meterse en un charco para traer a Sevilla cine y música de calidad o por ver una media verónica bien dibujada.
-Su apellido, Grosso, está íntimamente ligado a la historia cultural de la Sevilla contemporánea. Ahí están los dos Alfonsos, el pintor y el novelista. ¿Los conoció personalmente?
-El origen de nuestro apellido es el mismo. Soy pariente de ambos. Todos los Grosso venimos de Cádiz y, anteriormente, de Génova. El pintor era muy amigo de mi padre y al escritor me lo presentó Romero Murube en el Alcázar cuando yo era un niño y él una joven promesa.
-Usted pertenece a la muy noble categoría de personaje de la ciudad. Sin embargo, no todos saben que es profesor de Derecho Penal. ¿Cómo que le dio por ahí?
-Tuve como maestro en la Facultad de Derecho a Francisco Muñoz Conde y, gracias a él, me fui a Múnich a hacer la tesis doctoral sobre los antecedentes penales. Allí conocí a una de las personas más importantes de mi vida, el catedrático Claus Roxin, que luego fue presidente del Tribunal Constitucional alemán. Me metí en un mundo donde el Derecho Penal era un juego apasionante desde el punto de vista intelectual. Llegué a disfrutar de tres becas y si me volví de Alemania fue porque mi mujer se quedó embarazada. Allí también fue donde empecé a contactar con sectores de la vanguardia cultural, y conocí personalmente a cineastas como Fassbinder, Wim Wenders... Todos se reunían en el cine Arri.
-¿Ahí comenzó su trayectoria como animador cultural?
-Bueno, anteriormente, en Sevilla, con Borja Mapelli, organizamos en el aula de cultura de Derecho numerosos conciertos, como el de Raimon y el de Lluís Llach, cuya segunda sesión fue prohibida por la censura. El censor era un señor muy gracioso al que le gustaba mucho el género de la revista y nos regalaba entradas para que fuésemos al Álvarez Quintero. De aquella época, recuerdo especialmente un concierto de Tete Montoliú y Jordi Sabatés que organizamos en el aula magna de la vieja facultad de Derecho. Tuvimos que subir hasta arriba el piano... Aquello fue la leche.
-No parece usted muy alemán de formación. El historiador y también profesor de la Hispalense Antonio Caballos sí lo aparenta, pero usted no. Parece que en usted puede más el caos creativo latino que el orden teutón.
-Es que hay un segmento de alemanes que, aparentemente, son muy poco alemanes. De todas maneras, todos lo que nos hemos formado en este país, aunque parezcamos muy viva la Virgen, tenemos un sistema de análisis muy codificado. A mí, el estructurarlo todo bajo un sistema me ha servido de mucho en la vida... Fassbinder puede parecer muy colgado en sus películas, pero le aseguro que trabajando no lo era en absoluto.
-Ha mencionado a su maestro sevillano Francisco Muñoz Conde, una de las grandes eminencias del penalismo europeo y, sin embargo, continuamente denostado por esta ciudad que canoniza a auténticas mediocridades.
-Sevilla lo ha tenido marginado estúpidamente y le han hecho la vida imposible, aunque es cierto que, muchas veces, él ha sido su peor enemigo. Es un jurista absolutamente indiscutible pero no ha sabido encajar con nadie, ni con la Sevilla tradicional, ni con la de izquierdas, ni con el poder... Es una persona que debería ser un referente fundamental y su manual de Derecho Penal es el más vendido de España.
-Deme una opinión como penalista, ¿por qué en las cárceles hay tantos pobres y tan pocos ricos, cuando está más que demostrado que el amor a lo ajeno no depende de la clase social?
-Yo fui de los primeros que introdujo en España las teorías de la escuela criminológica de Manchester, que empezó a usar el concepto de delito de cuello blanco. Hay que tener en cuenta que, hasta hace muy poco, los policías estaban preparados para coger al que robaba una cartera, pero no tenían ni idea de contabilidad o fiscalidad. Eso ya está cambiando y a la vista está. Aun así, la justicia sigue aplicándose en España básicamente a los pobres, sobre todo porque tienen menos posibilidades de defensa. Las personas con dinero tienen la capacidad de recurrir casi al infinito. Ahí tenemos a Jesús Gil, que se murió antes de que lo metieran en la cárcel. ¿Usted cree que veremos la solución del 90% de los casos de corrupción que se están investigando actualmente? Yo creo que no. Irán dando largas, recurriendo... Por eso, desde el punto de vista social, habría que preguntarse si no sería mejor centrarse sólo en algunos casos y conseguir condenas.
-¿Qué opina de la reciente reforma del Código Penal del ministro Gallardón?
-Como toda reforma parcial responde a motivos claramente políticos. No creo que haya ninguna gran novedad. De hecho, el tema del aborto, con el que Gallardón lleva ya mucho tiempo amagando, no aparece siquiera. La reforma tiene más un sentido ejemplarizante de cara a la galería que otra cosa... Eso de poner más penas a los corruptos...
-Usted también ha dado clases de criminología.
-Fui miembro del equipo fundador del Instituto de Criminología, pensado y creado por Borja Mapelli.
-Al mencionar esta disciplina se disparan todas las fantasías novelescas. ¿Cree usted que existe el crimen perfecto?
-Hay una gran cantidad de casos de personas que se sabe ciertamente que han matado a otras y, sin embargo, no hay medio de demostrarlo. En la vida normal hay infinidad de crímenes que no se resuelven y, por tanto, cualquiera de ellos es perfecto. Los más difíciles de resolver son los que carecen de móvil.
-Pero de éstos no debe haber muchos.
-Se equivoca. Hay muchísimos.
-El crimen, junto al amor, es uno de los temas que más fascina a la humanidad, de ahí la gran cantidad de libros y películas sobre este asunto.
-El crimen es la más básica de las contradicciones entre las reglas establecidas por la sociedad y el comportamiento individual. Pero lo curioso es que matar en sí mismo nunca está prohibido. No hay ninguna normativa que lo impida. Es verdad que en los Diez Mandamientos está el "No matarás", pero siempre se admite que se pueda hacerlo en defensa propia. El crimen fascina porque todo homicida ejerce de Dios.
-También ha coqueteado con la política. Una de sus muchas ocupaciones fue la de director general de Promoción Cultural de la Junta. ¿Qué tal la experiencia?
-Fue en la época de la pinza, por lo que apenas duré año y medio. Para mí fue una experiencia curiosa, pero claramente no encajaba en ese mundo. La política no me gusta y me llevé broncas de todos los colores. Estoy muy orgulloso de haber reabierto el Teatro Central, de haber arreglado los problemas de todas las orquestas sinfónicas de Andalucía, de restaurar más de 30 teatros en toda Andalucía...
-¿Alguna rueda de molino?
-En política, la rueda de molino es permanente. Los políticos viven en otra galaxia. Cuando llegan por la mañana a su despacho a lo primero que atienden son las disputas internas. Han creado una especie de casta y la realidad exterior se la refanfinfla. Ahora, también es verdad que si quieres hacer cambios y mejorar las cosas tienes que jugar, que mancharte.
-Su gran papel como gestor cultural fue el de director del Festival de Cine de Sevilla.
-Estuve en el cargo casi cinco años y un poco más y me cuesta la vida. Sin embargo, ha sido mi gran experiencia vital. Gracias a ese cargo aún mantengo una gran amistad con grandes personas como Béla Tarr o el director de Canal Arte. Además, la respuesta del público fue un gustazo.
-¿Y qué pasó?, porque aquello no terminó muy bien.
-Mi papel en el mundo de la política siempre ha sido el de bombero. Me llaman para apagar un fuego y, cuando la cosa ya está funcionando, me la quitan de las manos. Cuando me hice cargo del Festival nadie creía en él y, en la primera edición, el entonces alcalde Alfredo Sánchez Monteseirín no fue a la inauguración. Pero cuando aquello empezó a funcionar llegaron algunas personas del entorno del alcalde para hacerse con el control. Es el caso de Carlos Rosado que, desde el momento que logró meter la cabeza con la Sevilla Film Commission, todo su objetivo fue quedarse con el Festival de Cine, como así fue.
-El cine, al igual que otros medios de masas, está sufriendo una transformación absoluta debido a la tecnología digital. Seamos apocalípticos, ¿no siente nostalgia por aquellas grandes salas que prácticamente han pasado a la historia?
-Ya sólo queda el cine Cervantes, una sala a la que adoro pero cuyo estado es preocupante, sin calefacción en invierno y con murciélagos saliendo de detrás de la pantalla, como si fuera una película en 3D. Esto es verídico.
-Hay en marcha un proyecto para arreglar este cine...
-En esta ciudad, proyectos hay un porrón: uno para el cine Cervantes, otro para el Trajano... Ya nadie se acuerda del cine Trajano, la primera sala de arte y ensayo que hubo en Sevilla y a la que tanto le debemos los cinéfilos de mi generación. Yo estudiaba justo enfrente, en el Instituto San Isidoro, y allí vi Repulsión, de Polanski. El cartel de este año del Festival de Cine, de Miki Leal, es un homenaje a la Sala X que luego se instaló allí.
-Usted es una persona que ha sabido compatibilizar sin complejos su gusto por la vanguardia cultural con su amor por las tradiciones y la historia de Sevilla, algo cada vez más normal en esta ciudad cainita que bascula entre la reacción más ramplona y la progresía más boba.
-A mí me encantan la Semana Santa y los toros, pero también el jazz, el cine... No creo que haya ninguna contradicción. Mis amigos de juventud, cuando yo era muy de izquierdas, no entendían que saliese de nazareno en la Hiniesta. Yo les intentaba explicar que aquella hermandad era mi casa, la de mi padre, la de mi abuelo... Y que no me daba la gana de cedérsela a la derecha. Desde que tengo ocho años no he dejado de salir de nazareno, también en hermandades como el Valle, el Silencio o el Gran Poder. En un principio, yo me metí en el Silencio para molestar a mi padre, un falangista que combatió en la División Azul, y que era muy del Gran Poder. Fíjese la tontería. Luego, gracias a Dios, salí muchas veces en esta hermandad antes de que mi padre muriese. También soy muy macareno. Tengo muy claro que la Semana Santa nos pertenece a todos los sevillanos. Yo he tenido a muchos invitados extranjeros, intelectuales de vanguardia, que sencillamente han flipado con la Semana Santa. Otra cosa son esas personas que están todo el día jugando a las cofradías.
-¿Y la Feria?
-Nunca he sido feriante. La veo muy aburrida y, además, desde que cambió de ubicación y de horarios se ha hecho prácticamente incompatible con los toros, que es para mí una pasión desde muy niño.
-¿Es usted de los pesimistas con el futuro de la Fiesta?
-Sí, soy bastante pesimista. Creo que mis nietos, en el hipotético caso de que los tenga, serán de los últimos en ver los toros tal como la concebimos. Mi esposa, Ana Isabel Moreno, es la única mujer presidente de la plaza de toros de Sevilla y, de broma, le digo que sus nietos van a pensar de ella que era Cruella de Vil. Las plazas se llenan muy rara vez... Sin embargo, lo de Cataluña ha servido de revulsivo y detecto a un grupo de jóvenes que vuelven a tener interés por una fiesta que no es nacional como se dice, sino internacional. Si se pierden los toros sería una pena, porque es el único espectáculo vivo que queda en el mundo, el único cuyo resultado no es previsible. La Filarmónica de Berlín puede estar una noche mejor o peor, pero siempre sonará estupendamente. Sin embargo, usted elige una corrida con el mejor torero y la mejor ganadería y el resultado puede ser un completo petardo.
-Junto a los toros, el jazz es otra de sus grandes pasiones, un género musical que tiene en Sevilla a muy buenos y cualificados aficionados.
-Me fascina y he organizado muchos conciertos, incluso como promotor privado. El jazz me ha dado momentos maravillosos. Recuerdo cuando, junto a Julio Martí, organizamos una gira de Miles Davis por España. El día que tocó en el Palacio de Deportes de Madrid, cuando terminó su actuación, Martí subió al escenario y anunció que había caído el Muro de Berlín. La gente se volvió loca y empezó a aplaudir y a gritar. Miles Davis y yo estábamos en un pasillo muy largo y él, con esa voz cavernosa que tenía, me preguntó qué ocurría. Se lo expliqué y, sin contestarme, cogió la trompeta y empezó a tocar durante más de un minuto. Estábamos los dos solos. Fue uno de los momentos más emotivos de mi vida.
El Perfil: Un Epicuro para la corrida de esta tarde
Quien quiera ver esta tarde a Manolo Grosso que se pase por los aledaños de la plaza de toros de Sevilla. Ya tiene preparado un Hoyo de Monterrey Epicure Nº2, el cigarro habano que gasta en las grandes ocasiones como la de hoy, con Morante, El Juli y Talavante sobre el albero del Arenal. "Te dura toda la corrida", justifica el profesor su elección. En Manolo Grosso caben todas las aficiones, todas las pasiones al sevillano modo: toros, jazz, cine, literatura, cofradías... Nada de lo divertido le es ajeno. Las paredes de su despacho son un manifiesto de su personalidad: una gran foto en blanco y negro de Jean-Luc Godard filmando Passion, un cuadro psicodélico de la Macarena pintado por Manolo Cuervo, un cartel de una corrida en la malograda Monumental de Barcelona...Tiene fama de caótico, pero él asegura con su hablar difuso que aprendió de sus maestros germánicos los secretos de la mente ordenada y del sacrosanto método. Hijo trotskista de un falangista divisionario cabreado con el franquismo que fundó en Venezuela una tienda de electrodomésticos llamada Betis, Grosso guarda el aspecto y las maneras de un viejo progre del sur, en las que lo campechano y lo intelectual encuentran acomodo sin que se produzca ninguna contradicción. Después de la entrevista, en el bar asturiano de Ramón y Cajal, junto al también profesor y taurino Víctor Vázquez, y con una tapa de fabada y un tinto por bandera, lo deja claro: "La del domingo va a ser una gran tarde".
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