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Emotiva despedida a Lucrecia Hevia, la periodista y empresaria que ha fallecido a los 49 años, dejando un compañero que trabajó en este periódico y dos gemelas de quince años

Un viaje de la Sevilla de Manuel Machado a la Triana de Demófilo

Lucrecia Hevia recibiendo el premio de la Comunicación entre Patricia del Pozo y Alicia Bonachera. / M. G.

Esperábamos los dos en la parada del 10 que está junto al hotel Macarena. El autobús había cambiado su itinerario y le indiqué al hombre donde podía cogerlo. Fui tras él, rodeando la línea divisoria entre la muralla y el Parlamento de Andalucía, dejando a un lado el puesto de calentitos. La parada provisional estaba en la calle don Fadrique, frente a Casa Manolo, de donde parten los autobuses que van a La Algaba, Brenes, Villaverde y La Rinconada. Nos volvimos a encontrar. Le pregunté si era cubano, por su acento. Me respondió que venezolano. Llegó el 10 y ocupamos asientos adyacentes. Se llama Armando. Nació en 1950, el año del gol de Zarra en Maracaná a Inglaterra a pase radiofónico de Matías Prats. Aquel Mundial se lo ganó Uruguay a Brasil. El maracanazo. Le tiran más otros deportes, aunque no ignora que la ‘vino tinto’, como llaman a la selección de su país, está cada vez más cerca de disputar un Mundial. “Para los venezolanos, que se fueran los gobernantes actuales sería mucho más que ganar un Mundial”. Armando es uno de los diez millones de venezolanos que viven fuera de su país, donde ejerció como profesional de la publicidad, aunque en Sevilla ha hecho un taller de electricidad para conseguir residencia por formación. Le cuento que yo llegué a su país en septiembre de 1989 en el barco ‘J.J. Sister’, cuando al mando de Miguel de la Quadra Salcedo, entramos por la desembocadura del Orinoco reeditando el tercer viaje de Colón. “Pero fue Américo Vespucio el que le puso a mi país el nombre de Venezuela. Cuando vio las casitas en la ribera le recordaron a su Venecia natal”. Le digo que los restos de Vespucio deben encontrarse en Sevilla. Y que Aníbal González, el arquitecto de la Sevilla del 29, recibió una oferta para diseñar la Gran Caracas que finalmente rechazó por exceso de compromisos profesionales o por su salud quebradiza.

Nos despedimos en la parada del cementerio. Han borrado por completo el bar Goma. Hay vallas publicitarias de una promoción residencial titulada Jardines de Sol. Los Jardines de la Sombra están al otro lado. El Vacie, el núcleo chabolista más antiguo de España. Cuando volví a la parada del 10, bromas del destino, el venezolano Armando estaba entre los pasajeros. Le conté que el tiempo transcurrido entre los dos viajes de la línea que une San Jerónimo con Ponce de León lo pasé en el funeral de una periodista que ha fallecido con 49 años. Se llama Lucrecia Hevia, asturiana de Gijón. Fue un responso civil con música y fotografías. Intervinieron amigos, compañeros y dos de sus hermanos. Uno de ellos contó que en uno de los viajes de Gijón a Madrid a ver al abuelo, Lucrecia le contó que se había enamorado de un sevillano. De Héctor Rodríguez, el padre de Noa y Clara, que el 14 de noviembre cumplirán 16 años. Las recuerdo con su madre en el Clic de la calle Albareda, cuando yo llevaba a mi hijo Paco. Allí le conté que de niños veraneábamos en Perlora, cerca de Candás, y que antes de llegar a Sevilla fui corresponsal en Madrid de La Voz de Avilés.

Muchas cabeceras de papel representadas en el adiós a una innovadora de la prensa digital

Armando me cuenta que El Correo del Caroní es el periódico más antiguo de Venezuela. Lleva el nombre de un afluente del Orinoco. Durante los últimos doce años y medio, Lucrecia Hevia ha dirigido la edición andaluza de El diario.es, un periódico digital, aunque en su despedida estaban muchos compañeros de cabeceras de papel. Héctor Rodríguez, su compañero, formó parte de la redacción del Diario de Sevilla. María Iglesias, que también pasó por este rotativo en su etapa fundacional, fue una de las conductoras del acto. Se ofreció a ser su Sancha Panza de una Quijote con alma de Dulcinea. Fue civil, laico, desacralizado, llámenlo equis, pero la palabra eternidad fue una de las más repetidas, como si todos llamáramos a las puertas del cielo en el programa de radio de Carlos María Ruiz, roto por la pronta marcha de su amiga. Estaba José Luis Losa, el mantenedor de la gala de los premios de la Comunicación que en una de las ediciones recayó en Lucrecia, que lo recogió con una reivindicativa nariz de payaso.

Me volví a despedir de Armando en nuestro segundo encuentro en autobús el mismo día. Me bajé en Ponce de León y pasé por dos escenarios que le eran muy queridos a Lucrecia: el Vizcaíno de la calle Feria, donde quedaba con sus amigas todos los viernes; y la Alameda de Hércules donde en los tiempos del clic era frecuente verla con su marido mientras sus hijas jugaban al fútbol con ademanes de Quini y Churruca. Tres coronas presidían la cabecera de la capilla B del tanatorio de la SE-30. Las últimas palabras que se dijeron fueron Mary Poppins. Lola Sanjuán tuvo que interrumpirse varias veces traicionada por la emoción y el recuerdo. Un atronador aplauso con todos de pie al final de esta despedida, que es mucho más romántica que un despido. Sus hijas pueden estar orgullosas de su madre con la edad del capitán de la novela de Julio Verne. Si doblas el mapa de España, Asturias se convierte en la novena provincia andaluza, como Armando me cuenta que Venezuela es la octava de las Islas Canarias. Sevilla asturiana por el himno de Riego tras el levantamiento de Las Cabezas de San Juan, por los Campanal, el tío de la delantera stuka, y el sobrino que era un portento del atletismo, por los autobuses Alsa, que están en toda España pero son las iniciales de Asturias-Luarca. Por la semilla de Lucrecia Hevia, periodista y empresaria. Armando lleva tres años en Sevilla, cambió la publicidad por la electricidad. Al revés que el bar Goma, que cambió el amable café con tostada o las cervezas del duelo por las vallas de Jardines del Sol.

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