De Troya a Ítaca cruzando el Guadalquivir

calle rioja

En esta calle sitúa Cervantes la Casa de Monipodio en una de sus novelas ejemplares, ‘Rinconete y Cortadillo’

La Torre del Oro y la Giralda vistas desde la calle Troya, perpendicular a Betis y al río. / M. G.

16 de julio 2025 - 16:59

Tenía una deuda con La Odisea de Homero que finalmente he podido saldar. En realidad contraje dos deudas. La primera es que íntimamente me avergonzaba de haber leído dos veces el Ulises de James Joyce y ninguna la historia del trepidante viaje de Homero desde la guerra de Troya hasta su casa en Ítaca. He conseguido acortar distancias: Ulises, 2, Odiseo 1. Es como si hubiera leído el Quijote de Avellaneda antes que el de Cervantes, y me consta que esta comparación no sería del agrado de mi buen amigo Francisco García Tortosa, autor de la edición del Ulises, cuya traducción asumió junto a María Luisa Venegas. La segunda es que el año pasado hicimos un viaje a Grecia y eran continuas las referencias a La Odisea por parte de nuestro guía griego, Giordano, que acompañó durante todo el recorrido a Jesús Pozuelo, el mejor organizador de viajes culturales, valga la redundancia, que conozco.

Al menos los dos libros, el Ulises de Joyce y La Odisea de Homero, los editó Cátedra. El primero tuvo que salvar el escollo de los obstáculos para su puesta en circulación que puso uno de los nietos de Joyce. José Luis Calvo, traductor y editor de La Odisea, no tuvo problemas con los descendientes de Homero, autor de una obra maestra perteneciente al género de la épica oral, cuando el autor “no se sirve de la escritura para componer sus poemas, sino sólo de su memoria”, de tal forma que cuando aparece la herramienta cuya invención se atribuye a los fenicios “el poeta pierde incluso su capacidad retentiva porque ya cuenta con la escritura”, en palabras de José Luis Calvo.

Paco García Tortosa me dedicó su Ulises el 11 de junio de 1999. Ya he dicho que lo leí dos veces. La primera vez lo acabé el 31 de enero de 2002, año capicúa. Hice una segunda incursión con un doble propósito cronológico: en 2004 coincidían el centenario de la acción del Ulises (910 páginas de una trama que ocurre en Dublín el 16 de junio de 1904) y el de la puesta en marcha de la cerveza Cruzcampo, que durante un tiempo perteneció a la irlandesa Guinness. Este segundo viaje literario lo terminé el 8 de junio de 2004. El año de los Juegos Olímpicos de Atenas y de la Eurocopa de Portugal que perdieron los anfitriones contra Grecia. Un año muy helénico.

El Ulises dublinés es un tributo al Odiseo griego. Tiene 18 capítulos. El primero se titula Telémaco, que es el hijo de Odiseo; el último, Penélope, la esposa que teje y desteje para zafarse del acoso continuo de los 108 pretendientes de los que dará buena cuenta su esposo cuando regrese a casa. En la novela de Joyce, escrita entre Trieste, Zurich y París entre 1914 y 1921, el primer capítulo transcurre en la torre Martello y el último coincide con el monólogo de Molly Bloom.

En La Odisea de Homero no aparece en ningún momento el nombre de Ulises. Tampoco se llama así el principal protagonista de la obra de Joyce, que es Leopold Bloom, secundado en protagonismo por Stephen Dedalus. Dice García Tortosa en su introducción que en la novela del autor irlandés hay dos Ulises casi irrelevantes: en el capítulo El Cíclope, que es el que mejor tiene situado el lector que no ha leído ni a Homero ni a Joyce, se habla de Ulises Browne, que fuera mariscal de campo en los ejércitos de Catalina la Grande de Rusia; y en el titulado Penélope aparece Ulises Grant, general del Ejército Federal y presidente de los Estados Unidos de América.

El Ulises de Joyce es una historia urbana con un soporte mitológico. La Odisea de Homero es como Guerra y Paz de Tolstoi, una historia de amor y de guerra con la propina de la venganza final. He imaginado un trayecto sevillano de la estela homérica. Partiría de la calle Troya, que desemboca en la calle Betis, en cuya esquina hubo un legendario desavío de ultramarinos. Una calle estrecha desde la que al otro lado del río se divisan la Torre del Oro y la Giralda. En esta calle sitúa Cervantes la Casa de Monipodio en una de sus novelas ejemplares, Rinconete y Cortadillo. Al final de El Quijote, cuando el caballero andante reta a duelo al caballero del verde gabán en la orilla de la playa de Barcelona, llegará a decir Aquí fue Troya. Las aguas del Guadalquivir son un escenario privilegiado: Odiseo, único superviviente de la aventura de los Cíclopes y de los estragos de Poseidón, se pasa media historia remando, surcando mares inhóspitos con remeros que le socorren como samaritanos.

El destino sería un pasaje que une las calles Trajano y Amor de Dios, donde se encuentra la sala de fiestas Ítaca. El destino final del héroe, que en el libro tarda 318 páginas en reencontrarse con su hijo Telémaco y 428 páginas en besar a Penélope, cuando ella comprueba que el mendigo harapiento así caracterizado por Palas Atenea es el amor de su vida al ver la antigua cicatriz de la embestida de un jabalí cuando salió de cacería. “Bloom no mata al amante de Molly ni Stephen es su hijo, pero la acción contiene resonancias del relato homérico”.

“Por qué no tiene literatura la Grecia actual”, titulaba uno de sus textos el ensayista y periodista Emmanuil Roídis, reeditados por Carmen Vilela, catedrática de Griego que obtuvo la especialidad en la Universidad de Sevilla. El libro lo editó el servicio de publicaciones de la Hispalense con el título de Paseos por Atenas. Roídis nace en 1836, igual que Bécquer, y muere en 1904, el año que Joyce escribe el Ulises y se funda la Cruz del Campo. La Odisea de Homero la empecé el bloomsday de este año. Mi penitencia por haber leído dos veces el Ulises y ninguna la historia cuyo comienzo muy pocos han podido mejorar: “Cuéntame, Musa, la historia del hombre de muchos senderos”.

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