La crónica del derbi Sevilla-Betis
Un derbi dedicado a don Jesús Navas
Sevilla FC
El escudo del Sevilla, un escudo suizo según la heráldica, contiene además del emblema de la ciudad, con los santos patronos Isidoro, Leandro y Fernando, y el anagrama SFC, once barras en su tercio inferior. No es casualidad que coincida con el número de jugadores de un equipo de fútbol en un club que es de los más futboleros, stricto sensu, de este país, de Europa, del mundo incluso. Al fiel nervionense, que tiene su cita el próximo miércoles en la Plaza de España, le interesa sobre todo hablar del portero, el central, el medio centro y el delantero centro: el balón que está en el centro de su símbolo principal. Y para eso, nadie en esta edad de oro como Monchi, Ramón Rodríguez Verdejo.
Hoy debe ser despedido con todos los honores uno de los artífices principales de la etapa en la que el Sevilla ha logrado más títulos, más reconocimiento internacional y más participaciones en la mayor competición de clubes del mundo, la Champions. Alguno pensará que este Sevilla habitual de la Liga de Campeones, para la que se ha clasificado en este siglo XXI diez de las 19 veces en las que se metió en Europa, no habría sido posible sin Monchi, con razón. Otros dirán, no sin razón, que fue un peón más dentro de una gran obra colectiva, quizá, con sus humanas debilidades, su más ingenioso alfil o la torre más fuerte en el tablero.
Visceral como pocas, la afición sevillista no entiende de reyes y sólo consiente la corona de San Fernando en su escudo. Pero en esa concepción republicana de un club que atraviesa un momento de desazón y cambio justo después de ganar la Séptima, es decir, justo después una inolvidable conmoción colectiva de vibrante felicidad, hay un dato que debe ser destacado en la despedida que tendrá lugar en el antepalco de honor del Ramón Sánchez-Pizjuán: los once títulos que ganó el Sevilla en este siglo XXI llegaron con Monchi en su nómina de trabajadores más cualificados. Y no sólo por la plata, sino por los momentos de emoción y gozo, de sufrimiento y éxtasis, que condujeron a esos logros objetivables en forma de fría plata. Porque el fútbol se nutre de esas eclosiones de pasión colectiva, de comunión total. Y han sido tantas y tan memorables...
José María del Nido ganó seis títulos en su mandato y José Castro ha ganado cinco antes de ceder, en noviembre, su cetro a José María del Nido Carrasco, y el único que mantuvo el hilo de plata sin romperlo fue Monchi, junto con el famosísimo himno que creara El Arrebato.
Habría sido inimaginable otro escenario que esta despedida en la zona más noble de Nervión. Pese a la forma de su salida, lo de hoy trasciende el mero hecho de un adiós que puede que no tenga ya un hasta luego. La despedida con honores a partir de las 13:00 de este 23 de junio, víspera de San Juan, debe alejarse de la lupa de las culpas. Porque se despide quien estuvo presente en cada uno de los once títulos que simbolizan esa comunión y que atesora en sus vitrinas el flamante museo del Sánchez-Pizjuán, desde que muchos le besaran las manos cuando Monchi, junto a otros, obró el primer milagro, el ascenso de la mano de Joaquín Caparrós en el año 2001, primer año de este siglo XXI, con aquel equipo de saldo que le encomendó Roberto Alés.
Un título por cada barra de su escudo, seis blancas y cinco rojas. Siete copas de la UEFA Europa League, dos Copas del Rey, una Supercopa de Europa y una Supercopa de España entre 2006 y 2023. Como para andar con desencuentros y acusaciones, como para hacer chispas con el pedernal de los celos y los egos sobre la estopa de las responsabilidades compartidas en esta hoguera latente que es el Sevilla. Porque la marcha de Monchi tiene muchos padres y una sola consecuencia: la desazón y el dolor, que para unos cobrará forma de traición al club y para otros será pólvora para atacar el fortín de Castro y Carrasco.
De trasfondo, todo el sevillismo se pregunta cómo se ha llegado a esta situación. Cómo ninguno de los que están directamente implicados, desde el propio Monchi, tan especial, tan excesivo en la concepción ultra de su cargo, no pudo frenar esto antes. Quizá sea el momento de la autocrítica por parte de todos los padres del engendro, que son más de uno, de dos... y de tres. Cómo una semana después de la emoción tremenda de la Séptima, que recordó por lo catártico a la primera, la de Eindhoven, los acontecimientos se precipitaron hasta el ciclo que se cierra hoy.
Todos tienen sus razones y cada uno podrá echar en cara a los otros lo que quiera, o lo que crea justo. Pero hoy no es día de hogueras, por mucho que mañana sea San Juan, sino de honores. Inmediatamente después llega la hora de aprender a vivir sin Monchi, que alguna vez tendría que llegar. La Republica sevillista debe continuar.
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