Real Sociedad-Sevilla | La crónica

El Sevilla de Diego Alonso desvela ya su faz de perdedor (2-1)

Miguel Ángel Ortiz Arias muestra la cartulina roja a Sergio Ramos.

Miguel Ángel Ortiz Arias muestra la cartulina roja a Sergio Ramos. / Europa Press

El Sevilla de Diego Alonso rompió en San Sebastián a lo que es, un equipo perdedor. Después de cuatro empates con sabor a derrota, ante Real Madrid, Cádiz, Celta y Betis, el equipo de Nervión hincó la rodilla por primera vez desde que trata de dirigirlo un entrenador al que el crédito se le cae a chorros, incapaz de disponer sobre la hierba a un equipo firme, decidido, intenso y que anteponga sus virtudes a los defectos.

Lo único bueno que hizo el Sevilla en el Reale Arena fue rebelarse a su destino en la segunda parte y aprovechar las propias dudas de la Real para colarse en el partido, pero no le llegó más que para ilusionar de forma tibia al sevillista optimista que lo estuviera viendo. Que alguno habría.

El parón por la lesión de Badé en el minuto 73 frenó la voluntariosa acometida de los de rojo, que definitivamente entregaron la cuchara entre el torpe manejo de los cambios desde el banquillo y la aguda vista del asistente del ataque vasco. El auxiliar aconsejó a Ortiz Arias que el impetuoso corte de Sergio Ramos ante Brais Méndez era punible (el colegiado madrileño no pitó ni falta) y merecedor de una amarilla que era la segunda para el camero.

Desde el VAR, Del Cerro Grande quiso hacer aún más sangre e invitó a su colega a revisar la jugada en el monitor para cambiar la amarilla por la roja, como así fue, y para más inri, el mismo asistente convenció al trencilla de mostrar roja directa a Jesús Navas después de que el capitán se llevara una mano a la mejilla para recriminar al juez de la banda su interpretación de la acción de Ramos.

Hace algo más de un año, el Sevilla de Jorge Sampaoli también se quedó con nueve jugadores ante la Real Sociedad y también acabó perdiendo 2-1, esta vez en el Ramón Sánchez-Pizjuán. Pero entonces se abrió un enorme y oportuno paréntesis en la Liga a causa del Mundial de Qatar, que el Sevilla aprovechó para hacer una minipretemporada que le vino de perlas en enero. Ahora, en cambio, el calendario es una suerte de campaña napoleónica en la que aguarda el PSV el miércoles para un partido clave en Europa y el fin de semana se planta Marcelino con su reanimado Villarreal en Nervión.

Y el sevillismo acudirá a ambos frentes con la piel muy, muy sensible, deseoso de explayarse con esa pareja a la que parecía que parecía ser engullidas por sus asientos, poco a poco en el palco del Reale Arena, Pepe Castro y José María del Nido Carrasco. A medida que el desastre se consumaba, más hundidos y pálidos aparecían los rectores cada vez que el realizador los pinchaba.

Lo único que le sonríe a ese Sevilla desnortado y deprimido es la mayor incompetencia que muestran, por el momento, los tres equipos que cierran la tabla. A poco que alguno despierte, ojo.

El Sevilla fue clamorosamente inferior a la Real Sociedad en la primera parte, se fue 2-0 al intermedio, mejoró a medias en la segunda con la entrada de Óliver Torres y después de que En-Nesyri hiciera el 2-1, el delantero marroquí envió a la cruceta en el minuto 66, cuando el equipo txuri urdin, de repente, había perdido el hilo del partido.

Le faltó a Diego Alonso agudeza para dar un giro de tuerca más cuando En-Nesyri metió al Sevilla en el pleito con la ayuda de Le Normand, que desvió la pelota a la red de Remiro tras el testarazo del marroquí.Aún quedaba media hora larga de partido cuando llegó ese 2-1 que minó la confianza de los vascos. Hacer dos o tres cambios más (sólo había ordenado hasta entonces la entrada de Óliver por Soumaré en el descanso) y, con piernas frescas, tratar de sacudir el árbol con más energía, a lo que cayera.

No llegó esa maniobra táctica por parte del preparador sevillista, que sólo actuó cuando de repente, un músculo le protestó a Badé. Nianzou por el francés y, extrañamente, el fantasmal Januzaj por ese témpano de hielo que responde por Dodi Lukébakio. Un inocuo trueque de belgas –doloroso fue el intento de control de Januzaj en el área, desperdiciendo una buena acción colectiva– para de un equipo cuyas prestaciones ofensivas son paupérrimas: algún balón parado, algún centro de Pedrosa, como en el gol. Y pare usted de contar.

Otra vez fue gélida la puesta en escena del Sevilla, como siempre desde que Diego Alonso trata de manejar los muñecos desde el banquillo. Otra vez Lukébakio perdió un balón en zona comprometida y redobló su pecado con una imprudente falta que lo torció todo pronto, muy pronto. Corría el minuto 3 y el diestro Barrenetxea sorprendió a todos, a Dmitrovic el primero, al chutar a puerta en el saque de esa falta desde la esquina izquierda. El balón salvó la barrera y viajó con efecto hacia el primer palo, el portero serbio llegó apuradísimo a rechazarlo, y por ello la repelió con tan mala fortuna que el cuero impactó en uno de sus talones y se introdujo en la jaula.

De todas formas, si la pelota no hubiera golpeado en el propio guardameta sevillista tras detener el tiro de Barrenetxea, allí estaba Sadiq para aprovechar el rechace y empujarla a la red. El desgarbado delantero nigeriano le puso a la acción la intensidad y las ganas que los de rojo rara vez mostraban en cada disputa, cada balón dividido. Veinte minutos después, soltó un tirazo que quizás hubiera desviado Bono. Pero el portero salvador ya no está. Qué miedo da este Sevilla...

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios