Sevilla-Getafe

Un Sevilla de granito y terciopelo: la revolución era esto

Óliver Torres, Jesús Navas, Ocampos y Franco Vázquez, artífices de la excelencia sevillista, tras el 2-0.

Óliver Torres, Jesús Navas, Ocampos y Franco Vázquez, artífices de la excelencia sevillista, tras el 2-0. / Antonio Pizarro

Ante el Levante fue De Jong el artífice. Frente al Getafe, lo fueron Chicharito y Ocampos. Los tres son futbolistas llegados este verano y con sólo referirlos se glosaría la revolución que Monchi buscó en el ajetradísimo estío. Pero hay mucho más detrás de la victoria ante el Getafe, precisamente el equipo que mostró todas las carencias de la plantilla y la planificación anteriores, con dos zamarreones de categoría, en Nervión aún con Pablo Machín y en Getafe ya con Caparrós en el banquillo.

Desde la estructura y la actitud del equipo, ordenado sobre un triángulo duro formado por Koundé, Diego Carlos y Fernando –otros tres nuevos– hasta la fuerza física para aguantar el pulso con el aguerrido y a veces rayano en el límite del reglamento Getafe. Desde la solidez en los repliegues y en la presión adelantada hasta la paciencia para madurar el encuentro, sobre la premisa de la portería a cero, para decantarlo en la fase decisiva con calidad, con la aportación de un banquillo que no tiene absolutamente nada que ver con el que se encontraban Machín o el propio Caparrós. Esta vez fue clave Óliver Torres.

Ahora, Lopetegui mira hacia atrás y ve a futbolistas capaces de girar el timón. Si una vez es Franco Vázquez otra es Óliver Torres o un De Jong que fue el protagonista ante el Levante y ante el Getafe terminó de consolidar el triunfo con su trabajo. Salvó el 2-1, por ejemplo, en el minuto 90, al tirarse en el área e interceptar un pase a Mata.

Este Sevilla no tiene nada que ver con el que fue zamarreado como un pelele impotente por este mismo equipo. Este Sevilla tiene las ideas claras. Defiende su territorio como una madre defendería a sus hijos, convierte en sagrada su área y la acoraza para que penetrar en ella sea tarea heroica. Y ataca de verdad, con todo lo que tiene, con energía, con percusiones, cambios de orientación, usando a los laterales, a los interiores, a los mediocampistas... Y a los futbolistas que salen del banquillo, una vez madurado el encuentro y mareado el rival, para definir con calidad.

Los dos goles del equipo de Lopetegui son de antología. Podrían ir en cualquier complicación goleadora para ejemplificar cómo se vence la dura resistencia de un correoso contrincante. Los dos llegaron una vez que Óliver Torres estaba en el campo. El primero, en el erótico minuto 69, recién pisado el césped Franco Vázquez, como en una ratificación de que ambos son los que tienen el toque medido para descerrajar la defensa mejor plantada.

El estreno goleador de Chicharito en la Liga con el Sevilla llegó después de que fallara la ocasión más clara: un tiro al muñeco. Pero insistió el Sevilla y un excelso pase de Óliver Torres con el exterior encontró la mejor respuesta en el golazo de zurda del mexicano. Y el propio Óliver Torres fue clave, con un cambio de orientación, para la obra de arte del 2-0, tanto en el exquisito pase de Jesús Navas como en el control, el sutil y elegante toque y el gol a puerta vacía de Ocampos.

Parecía que sólo así, con esas sutilezas y esa calidad, se podía vencer al Getafe. Y eso es lo que hizo este Sevilla que ya responde a la revolución que Monchi quería y que instigó este mismo Getafe. Un Sevilla de granito y terciopelo.

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