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El Sevilla de Lopetegui (y Monchi)

Los jugadores del Sevilla celebran el triunfo en el derbi en un Sánchez-Pizjuán sin público.

Los jugadores del Sevilla celebran el triunfo en el derbi en un Sánchez-Pizjuán sin público. / Antonio Pizarro

Sólo hay que echar la vista un año atrás para comprobar cómo puede cambiar en el fútbol un estado de opinión. En julio de 2019 el sevillismo, que había depositado toda su fe en el nuevo proyecto bajo el mando del hijo prógido, Monchi, aún mascullaba por dentro cuáles serían las razones por las que había elegido a Julen Lopetegui para dirigir al nuevo Sevilla. También la prensa. El sambenito del guipuzcoano desde su affaire con el Real Madrid y su salida abrupta de la selección era muy pesado.

El sevillismo, ejerciendo su derecho a dudar, se fió del criterio del gran gestor isleño, tras dos años en los que José Castro se vio obligado a destituir a tres entrenadores –Eduardo Berizzo, Vincenzo Montella y Pablo Machín– y a elegir a dos directores deportivos –Óscar Arias y Joaquín Caparrós–. En teoría, el dúo Monchi-Lopetegui lo tendría fácil para enmendar la plana. O no...

Lopetegui dejó colgado su sambenito explicando sus porqués y dejando claro que no volvería a tocar ese asunto. Y Monchi también declaró que la revolución de la plantilla se había quedado algo a medias por su incapacidad para sacar rédito económico a un excedente de cupo que tuvo que amortizar con una docena de cesiones. Ahora debe retomar esa ardua tarea, una vez acabadas las competiciones.

Pero, aun con esa petición de escribir sobre una tabula rasa, ambos se encontrarían a las primeras de cambio con un primer desencuentro con ese estado de opinión: la gestión de los delanteros. Dabbur y Chicharito salieron en enero y Monchi dio vía libre a Lopetegui para que diera rienda suelta a su idea, ya sin el soniquete de la afición en sus oídos.

Si hubiera tenido un 9...

Un año después de su aterrizaje, Lopetegui se ha salido con la suya a lo grande: la clasificación para la Champions, el alto objetivo que el club siempre musitó sotto voce para no cargar de presión al nuevo técnico. El entrenador de Asteasu logró llegar a la meta con dos jornadas de antelación y con unos números históricos que reflejan la clave principal de su éxito: la solidez y la competitividad.

El runrún de que el logro ha llegado a pesar de no contar con un delantero centro goleador va dando paso al reconocimiento de su enorme labor como gestor del grupo, desde un prisma colectivista. Porque si algo ha logrado el guipuzcoano es que su equipo se comporte como tal siempre, que tenga un sello propio. Ya todo el mundo sabe cómo se las gasta el Sevilla de Lopetegui.

Esto último, el sello del equipo, ha ido amainando el debate sobre qué habría sido del Sevilla de haber contado con un goleador. Pero, ¿cabe imaginar a Ben Yedder, Gameiro o Bacca –los tres últimos grandes goleadores del Sevilla– realizando la tarea y el esfuerzo de presión del 9 de Lopetegui?

La solidez como premisa

No cabe imaginar este equipo con nombre y apellido, el Sevilla de Lopetegui, sin el núcleo duro que han formado tres de los nuevos fichajes de Monchi. Diego Carlos y Fernando se subieron de inmediato al carro de ese Sevilla pétreo, competitivo e irreductible al que han ido contribuyendo futbolistas con gran capacidad de trabajo, sin estar exentos de técnica, desde Joan Jordán a Ocampos, pasando por Óliver Torres o Gudelj.

Desde el principio, Lopetegui construyó a su Sevilla desde atrás hacia delante. Y quizá por ello confió de inicio en la veteranía para el eje –la pareja era Carriço-Diego Carlos– antes que experimentar con un futbolista valiente, neófito y recién llegado como Koundé.

Pero el joven y atlético central francés, al que le llegó su alternativa en Éibar, donde tuvo una mal día, acabó convirtiéndose en el tercer pilar de un triángulo perfecto. Incluso ha sido clave para mejorar la salida del balón y la invulnerabilidad del equipo.

El gol llega desde atrás

A la base de esa solidez también contribuyó De Jong, con su tosquedad y también con su impresionante capacidad de trabajo solidario, que no se debe reducir a la presión. En su función de pivote ofensivo, el holandés abrió a su manera los caminos para que el gol llegara de otra forma.

La profundidad de los dos laterales, con Jesús Navas como paradigma del sacrificio continuado que desarrolla este equipo, y con Reguilón mirando más hacia delante que hacia atrás, es otra de las claves de un Sevilla que a veces ha manejado demasiado el partido sin terminar de rematar su juego ofensivo.

Para desbaratar el academicista concepto de Lopetegui y arrollar al rival ha sido trascendental Ocampos, con una paradoja implícita: es un torbellino en carrera, a veces precipitado, que se ha destapado como un frío ejecutor de penaltis a lo Kanouté. Sus 14 goles, más los cinco de Munir, los de Óliver Torres, Banega, Joan Jordán, Reguilón... terminaron de redondear el círculo. Y de explicar por qué a este Sevilla 1.0 no le hacía falta un 9 goleador.

En la versión 2.0, ya solidificado el equipo con la Champions como reto, sí hará falta algo más que De Jong. Pero es ya es otra historia. La que está por escribir.

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