Hay que recordarlo ahora. Antonio Gasset no quería presentar Días de cine. Le empujaron. Él vivía muy bien al otro de la cámara. Como redactor en Informe semanal, realizando con primor piezas dedicadas a los festivales de cine que apenas fueron igualadas por Alicia G. Montano.

Días de cine arrancó el 6 de octubre de 1991 sin presentador, dirigido por César Abeytua. Pero el directivo de TVE Jesús Ortiz animó a Gasset a ponerle rostro al programa. A fin de cuentas, él sólo haría las entradillas y el sólido equipo el grueso de los reportajes, que por entonces apenas eran cuatro por entrega.

Antonio nunca imaginó la repercusión que alcanzarían sus ingeniosos comentarios. Máxime teniendo en cuenta el descabellado horario de emisión del programa. Recuerdo que en 1999 llegó a emitirse hacia las tres de la madrugada, cuando la fibra óptica era una entelequia.

Por eso Antonio Gasset se despedía: “Hasta el próximo programa. No sabemos ni qué día ni a qué hora nos pondrán, de modo que estén atentos”. Los programadores de televisión son a veces así de negados. Y los profesionales llegan a formar una resistencias con los seguidores de sus espacios, que los buscan.

Charlando con uno de los hombres que más saben sobre televisión en España, Ramón Colom, sobre el presentador de Días de cine que ahora recordamos, me confesaba con estupor, primero, la relevancia que tuvo el personaje televisivo en que se convirtió, y segundo, lo barato que salía a la empresa. ¡Cuántas figuras contratadas a golpe de talonario pasaron sin pena ni gloria, mientras Gasset, con su nómina de trabajador de la casa, marcó un hito! Lo que le habrían podido pagar en otro país. Y cuánto le habrían podido exprimir, mostrándolo en horarios accesibles.

Yo le recuerdo lúcido, amable y culto en nuestras charlas en San Sebastián, el único Festival español al que no faltó durante los 13 años al frente de Días de cine, donde me presentó a su hijo Carlos. Aunque lo jubilasen a los 60, vivió una vida plena. Día a día.