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Teoría del sinsombrerismo

Se va el padrino de un canon de San Bernardo sin ortodoxias ni clichés.

Francisco Correal

21 de mayo 2013 - 07:13

PEPE Luis Vázquez en una foto de Arjona en el libro de José Antonio del Moral Cómo ver una corrida de toros. Es el único libro que tengo dedicado por un prologuista, Ignacio Álvarez Vara, el gran Barquerito. Lo firmó en el muy taurino mes de abril de 1994, el mismo mes que nace mi hija Carmen. En ese prólogo dice algo Barquerito que explica qué tiene el toreo que tanto nos atrae incluso a los que ni nos gusta ni lo entendemos. "La atracción despertada por la tauromaquia", escribe Barquerito, "se debe en parte a la fuerza original del vocabulario taurino, intraducible porque carece de equivalencias reales en otras lenguas cultas".

Su manera de hablar tan precisa, tan hermosa. Es lo que mejor recuerdo de aquella entrevista que le hice a Pepe Luis Vázquez en su casa de Nervión en 1997. La de veces que lo verían torear mis dos abuelos, el militar y el panadero, los dos grandes aficionados a la fiesta. Les salió un nieto indocumentado. Una frase del maestro me impactó tanto que con ella titulé la entrevista que apareció en El País: "Hay toreros sevillanos que parecen de Filadelfia". Lo curioso, dato que conocía Pepe Luis, es que en la nómina de toreros de Sevilla había un diestro de Filadelfia, John Fulton, que alguna vez toreó en la Maestranza con el sobrenombre taurino de El Yanqui. El torero y pintor que tuvo una galería en el barrio de Santa Cruz y que apadrinaba a toreros llegados de Colombia o de Japón y que le regaló a un amigo común, Félix Calle, fotos a caballo por el campo con Juan Belmonte. El Yanqui en la Maestranza. El sueño de Orson Welles.

Las fotos de aquella entrevista con Pepe Luis Vázquez eran de Pablo Juliá. Tanto el texto como la foto merecieron encendidos elogios en una columna que publicó el gran Fernando Quiñones, lo cual al que suscribe le llenó de indisimulado orgullo viniendo de quien venía. De esa media hora, quizás tres cuartos de hora, en casa de Pepe Luis, he sacado una madeja de tiempo casi proustiano. Me habló también, palabra intraducible, del sinsombrerismo, esa epidemia que sacudió al país. Sombreros que aparecían por doquier en las fotos del entierro de Joselito el 1920, la década en la que viene al mundo Pepe Luis. Pepe Luis se convirtió en mecenas involuntario de una serie de artistas, un Sánchez Mejías de una etérea generación de creadores. Ricardo Cadenas eligió uno de los pases del maestro para el cartel que le encargó la Maestranza para anunciar la temporada. Un escultor con taller en Aracena, Alberto Germán, hizo la estatua del torero que está frente a la Maestranza, a la vera del río. En un mano a mano con la estatua de Curro Romero que más próxima al coso del Baratillo realizó Sebastián Santos.

La calle Pepe Luis Vázquez es perpendicular a Joselito el Gallo, Gitanillo de Triana, Juan Belmonte y Pascual Márquez en el real de la Feria de Sevilla. En esa calle es donde se instala la Caseta Municipal. Pepe Luis Vázquez, padre y hermano de toreros, es en cierta forma el alcalde de los toreros de Sevilla, padrino de un canon de San Bernardo sin ortodoxias, clichés y ataduras. En los frontones del cielo se habrá encontrado con su pareja en ese deporte, su amigo del alma y vecino de barrio Juan Arza, ese futbolista navarro que vino al Sevilla desde Málaga fichado por el marqués de Contadero, único Pichichi del equipo de Nervión en toda su historia. Iconos de posguerra en aquella España que tuvo un punto de inflexión en 1947: el año que viene Evita Perón a Sevilla, que se casa la duquesa de Alba y que el 28 de agosto un toro mata a Manolete en la plaza de Linares.

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