Se acabó el toreo

Balcón de sol

La última corrida de Morante de la Puebla en imágenes / EFE

12 de octubre 2025 - 23:04

Ese fue el contenido del telegrama que, roto de dolor, remitió el Guerra desde su Córdoba natal a Talavera cuando se enteró de la muerte de José. Se me vino a la cabeza cuando ayer, tras cortar dos orejas a su segundo, en la plaza más importante del mundo, tras una memorable campaña, José Antonio Morante Camacho, Morante de la Puebla, se dirigía al centro del ruedo para, solo, entre la emoción de los aficionados, poner fin a su memorable carrera.

Una carrera que empezó hace casi treinta años, en 1997, cuando tomó la alternativa en Burgos, si bien, como dijo Alberti, qué niño andaluz no ha soñado con ser torero y José Antonio ya desde su más tierna infancia soñaba con serlo. Y lo que empezó siendo un juego por las calles de su Puebla natal culminó en un torero magistral, valiente como Frascuelo, dominador como Gallito o el Guerra, artista con la gracia sevillana de Pepeluis, Chicuelo o Bienvenida, con la hondura trianera de Belmonte, el empaque de Romero y la elegancia de Lagartijo. Gran estoqueador, cuando hacía la suerte, igual que excepcional rehiletero, aunque le costaba prodigarse. Ha sido el torero de una generación. El torero de mi vida.

La aportación de José Antonio al toreo no solo se limita a su magistral tauromaquia. Su amor a la fiesta y su afición le llevaron a conocer y resucitar muchas suertes ya olvidadas, practicándolas y dándolas a conocer a aquellos nuevos aficionados. Hizo actual el toreo antiguo, el toreo eterno, el toreo puro. Cuando la pandemia dejó el toreo destrozado, se echó entonces la fiesta al hombro y, como en una larga cordobesa, la llevó tras sí para dejarla, ahora, con las plazas llenas de una juventud loca en lo que, por el simbolismo que tiene, quizás sea su mayor aportación a la fiesta.

Se va Morante tras cortar dos orejas a su ultimo toro en una faena que fue un compendio de su tauromaquia: valor seco, sereno y tranquilo, profundidad y variedad con el capote, temple y dominio con la muleta, gracia sevillana en el remate y, por encima de todo, verdad, mucha verdad, en la estocada en corto y por derecho, ejecutando los tiempos, con la que puso fin a su carrera de matador de toros y que seguro que levantó de su asiento a Frascuelo, Machaquito, El Algabeño, Varelito y todos los grandes matadores que en la historia ha habido. No se acaba el toreo, igual que no se acabó cuando Bailaor mató a Gallito, Islero a Manolete, o Belmonte, Lagartijo y el Guerra se cortaron la coleta, pero sí queda una sensación de orfandad y soledad ante la retirada de un torero que, como la Macarena y el Gran Poder, debería ser eterno. Gloria por siempre a ti, Morante, y gracias a Dios por haberme permitido verlo.

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