La génesis del espartaquismo y el 'boom' taurino de los 80

EVOCACIÓN

Juan Antonio Ruiz Román se mantuvo a la cabeza del escalafón taurino en unos años que no se pueden entender sin la revalorización de la profesión que siguió a la muerte de Paquirri

Paquirri: "Doctor, la cornada es fuerte..."

"Aprende a ser yunque para cuando seas martillo..."

Espartaco confirmó su alternativa de manos de Paquirri en 1983, un año antes de la tragedia de Pozoblanco.
Espartaco confirmó su alternativa de manos de Paquirri en 1983, un año antes de la tragedia de Pozoblanco. / EFE

La irrupción definitiva de Espartaco -el próximo 25 de abril se contarán 40 años exactos- hay que ubicarla en el tiempo y el espacio que le tocó. Estaba reciente el impacto de la trágica muerte de Paquirri en Pozoblanco que, de una forma u otra, sirvió para revalorizar la profesión y cerrar aquella transición taurina -paralela a la política- que se inició con el llamado toro del guarismo y concluyó con el agónico traslado del coloso de Barbate hasta el Hospital Militar de Córdoba. Se estaba silenciando de paso el eco de una crítica pretendidamente regeneracionista que acabó siendo un brazo censor y destructivo.

En las plazas se moría de verdad y el público volvió a los tendidos revalorizando la labor de unos toreros que se mueven como pez en el agua en la sociedad de la beautiful people surgida en los años del felipismo. Las grandes figuras de la llamada Edad de Platino ya habían rendido sus armas y la generación posterior pugnaba por labrar su propia vitola en ese tiempo indeciso que iba a dar un vuelco con la eclosión de Juan Antonio Ruiz Espartaco, seis años después de su doctorado en Huelva de manos del mismísimo Manuel Benítez El Cordobés.

Aquella conjunción de astros propició el cambio de época. Si Manolete había sido el torero de la posguerra y la autarquía -alto y severo ciprés delante del toro-, si el propio Benítez había otorgado la identidad taurina más genuina a la España del Desarrollismo, el joven Espartaco iba a detentar como ninguno el espíritu de la jovencísima democracia española, mucho más libre, natural y desenfadada que el régimen de cancelaciones que vivimos en el tiempo presente. Juan Antonio Ruiz llenó esa época con espíritu de líder, acompañado de una grandiosa baraja de toreros en la que no faltó el contrapunto revolucionario de un mago como Paco Ojeda. La España del 92 iba a marcar esa frontera. Empezaba otro tiempo nuevo.

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