Etapa 11 del Camino Olvidado: Puente Almuhey - Cistierna | A las puertas de los Picos de Europa
Esta jornada marca el inicio más montañoso del Camino Olvidado, combinando belleza natural e historia a los pies del Macizo de Peñacorada.
Etapa anterior: Guardo-Puente Almuhey
Inicio del Camino Olvidado desde Bilbao
Se puede decir que con esta etapa comienza lo exigente del Camino Olvidado. El recorrido se sitúa a los pies del Macizo de Peñacorada, considerado la puerta de entrada a los Picos de Europa, ya que es la primera montaña hacia ellos por la cara sur. El perfil se complica, alcanzando cotas superiores a los 1.200 metros sobre el nivel del mar, con rampas de subida y bajada más exigentes. Es también una de las jornadas más hermosas del trazado, con aldeas donde parece que el tiempo se ha detenido y paisajes espectaculares dominados por la presencia constante de las montañas y la presencia de bosques.
La longitud total es de unos 23 kilómetros, con un desnivel positivo de 460 metros y negativo de 473. La salida desde Puente Almuhey y los primeros 11 kilómetros son prácticamente llanos, pero a partir del Monasterio de la Virgen de la Velilla se inicia un notable ascenso hasta el Collado del Campurrial. Posteriormente, la altitud se mantiene con ligeras oscilaciones, como en una meseta, hasta iniciar un descenso pronunciado hacia la meta en Cistierna.
Iniciamos la marcha desde el albergue de Puente Almuhey. Al llegar a la carretera CL-626, giramos a la derecha hasta alcanzar la Ermita de Nuestra Señora de las Angustias. En el cruce, tomamos la carretera local LE-4714, aunque pronto la abandonamos por la derecha, siguiendo un sendero de tierra que discurre por la pradera casi en paralelo. Pronto llegamos a Taranilla. Al entrar en sus calles, giramos a la izquierda en la primera encrucijada y reconectamos con la carretera anterior. Tras 400 metros, la dejamos por la izquierda, entre dos naves agrícolas.
Aquí comenzamos el Camino de las Eras, que avanza entre amplias praderas realizando varios giros. A unos 800 metros, lo abandonamos por una vereda que avanza al pie de una ladera y nos conduce hasta las Lagunas de San Martín. Son tres antiguas minas a cielo abierto que acabaron llenándose de agua por filtraciones subterráneas.
El trazado se difumina en esta zona, pero no hay pérdida: hay que dirigirse a la pequeña playa y, desde allí, continuar hacia el almacén agrícola que se ve delante. Al rodearlo, volvemos al asfalto y divisamos la hermosa Iglesia de San Martín de Valdetuéjar, ubicada sobre un montículo a la izquierda. Se trata de un templo románico del siglo XII, declarado Bien de Interés Cultural. Destacan las curiosas esculturas de su fachada, que narran una antigua leyenda sobre dos peregrinas convertidas en sirenas por San Guillermo, como castigo por haber seducido a unos monjes.
Ignoramos el puente que hay a la derecha y dejamos el asfalto para avanzar por una pradera. Al cruzar una valla, no hay camino definido, aunque tampoco posibilidad de pérdida. El río Tuéjar corre a nuestra derecha, encajado entre la vegetación de ribera. Lo seguimos por la fresca hierba. A medio kilómetro, una angarilla nos da acceso a un sendero que llega desde la izquierda. Ahora sí cruzamos el curso de agua y entramos en Renedo de Valdetuéjar.
Este pequeño pueblo es una auténtica joya que parece detenido en el tiempo. Fue cabeza de comarca hasta 1976, cuando pasó a formar parte del municipio de Valderrueda. Su importancia histórica se refleja en las fachadas de varias de sus casas. El trazado nos conduce por rincones llenos de encanto. Junto a la Iglesia de San Adriano, reconectamos con la carretera LE-4714. Avanzamos unos metros a la vera de una antigua muralla antes de internarnos en el núcleo urbano. Seguimos por el lateral de la carretera provincial, dejando atrás las casas.
Hasta este punto llevamos unos 6 kilómetros recorridos. Ahora nos enfrentamos al tramo que puede resultar más pesado: cinco kilómetros por la LE-4714. Aunque la asfaltada es monótona, el entorno compensa, ya que el valle del río Tuéjar es muy pintoresco. Entre la Loma de las Casillas y la Campera de los Collados, remontamos el cauce flanqueados por pastos para vacas. A tres kilómetros de Renedo se encuentra Otero de Valdetuéjar. No abandonamos la carretera. A la salida del pueblo, una fuente de agua fresca nos será muy útil.
A medio kilómetro, la carretera se bifurca en el paraje de La Majada. Tomamos la vía de la izquierda, en dirección a La Mata de Monteagudo. El valle se estrecha y la vegetación de ribera se vuelve más frondosa. El rumor del río Tuéjar se hace más presente. Una señal en el kilómetro 11 nos indica la salida del asfalto. Un desvío nos conduce al Santuario de la Virgen de la Velilla. Cruzamos el río por un puente y el estrecho carril describe una horquilla a la derecha, justo ante la puerta de un centro de retiro. Tras el giro, vemos la iglesia rodeada de merenderos.
Enclavado en un paraje de gran belleza, el origen del Santuario de la Virgen de la Velilla se remonta al siglo XIII. En el lugar de una antigua ermita dedicada a la Virgen del Valle —también llamada Valullis, nombre que dio origen a Velilla— se asentó el monje Guillermo, procedente del Monasterio de Sahagún tras su caída en ruina. Su presencia atrajo a los primeros peregrinos y motivó la construcción del Monasterio de San Guillermo. Con el tiempo, éste también fue abandonado y el culto a la Virgen del Valle decayó. Ya en 1470, un noble halló milagrosamente la imagen de la Virgen entre las ruinas y prometió edificar un templo si su fortuna mejoraba. Así fue. La devoción se reavivó y, en 1615, gracias a las limosnas de los peregrinos, comenzaron las obras del actual santuario, aprovechando los restos del antiguo monasterio. La construcción se prolongó durante un siglo. Cabe destacar que la imagen original de la Virgen de la Velilla fue robada en 1979 y nunca recuperada; la que hoy se venera es una reproducción.
Más allá del relato histórico, el lugar invita al descanso. Si tenemos suerte y no hay visitantes, el silencio es total. Además de bancos y mesas, hay una fuente para rellenar la cantimplora. Llevamos aproximadamente la mitad de la etapa, pero el perfil cambiará ahora drásticamente: del terreno llano pasaremos a un tramo de media montaña, siempre bajo la imponente presencia del Macizo de Peñacorada, una de las primeras estribaciones de la Sierra de Riaño y antesala de los Picos de Europa.
Desde el santuario comienza el ascenso. Son unos 3,5 kilómetros en subida, con un desnivel positivo de unos 200 metros. Afortunadamente, el sendero es una pista ancha de tierra, bastante cómoda. La pendiente es progresiva, pero lo que realmente destaca son las vistas. En el tramo inicial caminamos por una ladera que domina el valle del Tuéjar. A cada paso, el panorama mejora hasta que comenzamos a distinguir al norte la silueta de los majestuosos Picos de Europa.
El sendero se eleva por la dorsal de un cerro, al borde de un hermoso robledal que se extiende a nuestros pies. Así llegamos al Collado del Campurrial, a 1.325 metros de altura. En este cambio de rasante, podemos admirar las imponentes rocas que coronan las montañas al sur. El camino describe un arco para situarse prácticamente bajo ellas.
Un suave descenso nos lleva al arroyo de Fuentes. Atravesamos otro robledal y el trazado se sitúa a media ladera, cayendo hacia la derecha, aunque poco a poco se va nivelando hasta que salimos a un claro y cruzamos el arroyo de las Bodeguinas. Un repecho nos deja ante una granja. El camino se bifurca: seguimos por la izquierda, por la vereda más estrecha.
La caída lateral vuelve a acentuarse mientras nos internamos en un frondoso hayedo. Merece la pena detenerse o desviarse un poco del camino marcado para disfrutar de su silencio. Casi al salir del bosque, el sendero vuelve a dividirse. Continuamos por la izquierda.
A 200 metros, dejamos el camino principal y tomamos una trocha que remonta la ladera por un terreno mucho más abrupto. Este puede ser el tramo más complicado de lo que llevamos del Camino Olvidado. Hay que extremar la precaución: una caída aquí puede ser peligrosa, ya que el desnivel hacia la derecha es pronunciado.
Finalizamos la subida conectando con una pista más ancha y bien marcada. Aquí se encuentra el Mirador de los Rejos. Desde sus 1.269 metros podemos descansar y contemplar el maravilloso paisaje. Ojo: no debemos seguir de frente. Hay que girar a la izquierda en ángulo cerrado para seguir unos metros la cresta del cerro e iniciar el descenso hacia el arroyo de Redimora. Sólo quedan 3 kilómetros para terminar, pero lo que resta es una bajada considerable, perdiendo unos 300 metros de altitud.
Junto al arroyo de Redimora, encontramos un enredo de senderos. Tomamos el que describe la curva por el exterior. Nos conduce hasta una fuente, punto donde conectamos con el Camino de la Mata de Monteagudo. La vegetación aquí cambia: predominan los pinares. Bajo su sombra fresca, descendemos por un terreno que alterna buenos tramos con otros de piedra suelta. Mucho cuidado con los resbalones.
En un claro, mantenemos el ramal de la derecha. Ya intuimos la cercanía de la meta; algunas casas ya se dejan ver. A 600 metros de la bifurcación, abandonamos el sendero principal. Llega entonces el tramo más incómodo del descenso: perdemos la trazada clara y solo queda seguir el barranco. Mucho cuidado, pues es fácil resbalar. En apenas un kilómetro descendemos 100 metros.
Entramos en Cistierna entre un parque infantil y una residencia de mayores. La calle San Guillermo desciende hasta el centro. El albergue se encuentra aquí. Es una buena instalación, lo cual es lógico teniendo en cuenta que los peregrinos del Camino Vadiniense también pernoctan en este pueblo. Esta localidad es un punto de entrada a los Picos de Europa, marcando la transición entre la Cordillera Cantábrica y los páramos de la Meseta Central. Por ello dispone de todos los servicios, especialmente a lo largo de la N-621. Su patrimonio no es especialmente destacable. La Iglesia de Santa María, del siglo XIII, es hoy un museo. La Ermita de San Guillermo está en las afueras, pero tras una etapa tan dura, no merece la pena volver a subir las faldas de Peñacorada para visitarla.
Hemos superado la primera etapa montañosa de este Camino Olvidado. No será la última. León no dejará de sorprendernos con sus impresionantes paisajes. Esta ruta sabe sacar partido a su belleza, como veremos en las siguientes jornadas. No obstante, antes toca afrontar la etapa hasta Boñar, que resulta algo más monótona.
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