Etapa 18 del Camino Olvidado: Fasgar-Igüeña | El Campo de Santiago, un lugar de leyenda
Un recorrido duro pero de gran belleza que visita uno de los lugares más interesantes de todo este trayecto.
Etapa anterior: Pandorado-Fasgar
Inicio del Camino Olvidado desde Bilbao
Cuenta la tradición que el apóstol Santiago, montado en su corcel blanco y con la espada en alto, acudió en ayuda de las tropas cristianas para enfrentarse a los musulmanes en el valle glaciar donde nace el río Boeza. Pese a ello, los cristianos, sobrecogidos por la abrumadora superioridad del ejército rival, solicitaron auxilio al rey de León. La leyenda relata que el monarca, convencido de la imposibilidad de la victoria, les respondió que resistir sería tan complicado como “capturar un oso vivo”.
Ofendidos en su orgullo, los lugareños decidieron demostrar su valor: al día siguiente lograron apresar un oso y se presentaron con él ante el rey. Ya con las tropas cristianas formadas y a punto de combatir, el apóstol Santiago dudó de las posibilidades de triunfo ante la evidente desventaja numérica. Percatándose de su preocupación, los soldados comenzaron a clamar: “¡Dios, ayuda a Santiago!”. Entonces, la Virgen María envió mariposas que revolotearon alrededor del apóstol, obligándole a girar la cabeza y observar el terreno. Con la estrategia revelada, la victoria cristiana se volvió inevitable. Mientras Almanzor hostigaba el reino de León, la fe inquebrantable de los cristianos en la intervención del apóstol Santiago les permitió resistir y vencer la batalla.
En esta etapa visitaremos el escenario de esta leyenda, un lugar remoto con un paisaje espectacular. Sin duda, es uno de los principales hitos del Camino Olvidado y un enclave que no se olvidará fácilmente.
El recorrido es exigente, posiblemente uno de los más duros junto a los de Vegacervera, Buiza o La Magdalena. El desnivel positivo, de unos 390 metros, se afronta de golpe en los tres primeros kilómetros. No obstante, la bajada será lo más complicado, con tramos bastante peligrosos que imponen respeto. Entre Fasgar e Igüeña hay 19,6 kilómetros, todos ellos por la sierra de Gistredo. La distancia puede parecer asumible, pero el avance se ve ralentizado por la dificultad del terreno. Es una etapa muy solitaria, con una única localidad intermedia que ofrece pocos servicios, más allá de tres casas rurales y un mesón que abre solo los fines de semana.
Incendios de 2025
En esta etapa atravesamos una zona muy castigada por los incendios de 2025. El fuego se declaró cerca de Igüeña y se propagó por estas tierras, ardiendo cerca cerca de un mes. Es posible que muchos de estos paisajes está arrasados actualmente. La ruta aquí descrita y las fotos tomadas son de septiembre de 2024.
Conviene salir bien desayunados de Fasgar. Su albergue suele ofrecer algo para ello. Con todo, el inicio no presenta complicaciones: seguimos la calle principal hacia la derecha y buscamos el puente que cruza el río Vallegordo. El curso cambia de nombre justo en esta localidad, a partir de la confluencia del río Urdiales y el arroyo Fasgarejo. Las calles de la Fuente y Patrón Santiago nos conducen hasta la ermita de Santa María. Comenzamos a pisar una pista de tierra que asciende poco a poco. La cuesta se empina a cada paso, al tiempo que disfrutamos de una panorámica cada vez más amplia sobre el valle por el que discurre el río Urdiales.
La Cuesta del Ocidiello es dura, pues parte de unos 900 metros y alcanza los 1.640 en el Collado de Campo. Por fortuna, el sendero es ancho y cómodo. Hay que tener en cuenta que desde Fasgar se usa esta ruta en su romería. En todo momento seguimos la cara norte del monte Sesteadero del Buey del Fraile (1.897 metros). Conforme ascendemos, la vegetación pasa de robles y abedules a matorral. En el kilómetro 2,7 aproximadamente encontramos la Fuente de La Sed y el Mar, con potentes caños de agua helada, perfecta para reponer fuerzas antes del tramo final del ascenso.
El mirador del Collado de Campo está a 3,3 kilómetros de Fasgar. Desde aquí disfrutaremos de una panorámica clara del Campo de Santiago: un amplio valle glaciar delimitado por los cerros más altos de la Sierra de Gistredo, algunos con cimas por encima de los 2.000 metros, como el Catoute (2.112) o el Tambarón (2.102). Es una muralla de montañas cuyas laderas descienden suavemente, formando un bonito valle donde distinguiremos un refugio para pastores y una ermita. Los arroyos que caen de las faldas se unen para formar el río Boeza.
Descendemos unos 100 metros hasta el fondo del valle mediante una serie de zigzags. El sendero sigue siendo relativamente cómodo. Una vez en el Campo de Santiago, el trazado se difumina bajo la hierba, pero la dirección es evidente: la ermita de Santiago. Este edificio, del siglo XIX, sustituye al original, casi destruido en 1797. Es posible que lo encontremos cerrado, pero puede verse su interior por la ventana de la puerta, donde se conserva una imagen de Santiago Matamoros con su caballo blanco.
Desde la ermita, el camino vira hacia el sur, en dirección al congosto que se abre ante nosotros. Aquí comienza la parte más exigente y peligrosa de la etapa: un resbalón puede tener consecuencias graves. Al principio el desnivel es suave y seguimos junto al joven río Boeza, pero pronto este cae bruscamente mientras avanzamos por el filo del desfiladero, sobre piedra. Es necesario vigilar la pisada, sobre todo por el peso de la mochila y la pendiente. Mucho cuidado si llueve.
En el kilómetro 5,5 veremos un mojón de piedra que marca el cambio de término municipal y la entrada en El Bierzo, última comarca que atraviesa este Camino Olvidado.
Las tierras bercianas nos dan la bienvenida con sangre, sudor y lágrimas. El desnivel se acentúa y alternamos tramos roca viva con otros de piedra suelta resbaladiza. La vegetación se vuelve más densa, ocultando las imponentes montañas que nos rodean, como el Pico Arcos del Agua (2.063 metros) o el Torres de Vizbueno (1.989).
El recorrido, muy serpenteante, discurre al principio por la margen izquierda del Boeza, con zonas donde el valle se estrecha notablemente. En el kilómetro 7,5, un puente nos lleva a la derecha, subiendo levemente a una repisa de piedra antes de descender a unas pasarelas de madera que nos devuelven a la orilla opuesta.
La situación se suaviza algo a partir del kilómetro 9, aunque todavía encontramos trechos puntuales que ralentizan la marcha y que nos pueden provocar torceduras. El trazado vira gradualmente al sur mientras el valle se ensancha. En cierto punto, veremos una tapa de alcantarilla en el suelo, señal de que regresamos a la civilización. Efectivamente, la única localidad intermedia de la jornada está ya muy cerca. Lo peor ya ha pasado.
Colinas del Campo de Martín Moro Toledano (así de largo es el nombre de la población), declarado Bien de Interés Cultural, es una auténtica joya. Un lugar ideal para descansar tras el exigente tramo que acabamos de superar. Sus casas típicas de piedras con tejados de pizarra, adornadas con flores de vivos colores y el impresionante entorno —con el río descendiendo con fuerza y las montañas delimitando el valle— ofrecen una estampa inolvidable. Puede que sea uno de los pueblos más bonitos de todo este Camino.
Nuestro sendero desemboca justo en la calle principal. Aunque el trazado no se aparta de ella, merece la pena dar una vuelta y rellenar la cantimplora en la fresca fuente junto al puente que divide la población en dos. La dirección a seguir es hacia la ermita del Santo Cristo. Tras pasar bajo un arco, la calle se convierte en carretera (LE-5330). Por fortuna, a los pocos metros nos separamos de ella por la derecha.
El valle se ensancha considerablemente. Avanzamos con la carretera a la izquierda y el río a la derecha. La pradera de Triseo nos deleita con un paraje muy bucólico. Un poco más adelante, conectamos con un carril asfaltado que nos permite cruzar el Boeza sin complicaciones. A los pocos pasos, lo dejamos para tomar una pista ancha de tierra.
El resto de la etapa discurre por este carril que delimita una ladera con un bosque, siempre por la margen derecha del río. Al otro lado, a lo lejos, vemos la LE-5330, aunque no conectaremos con ella hasta estar a un kilómetro del final. Este tramo es sencillo, incluso algo monótono. Justo antes de enlazar con la carretera hay un merendero para peregrinos, con una buena fuente y un banco.
Igüeña, pueblo de pasado minero, nos recibe con un buen albergue y una bonita playa fluvial. Un lugar tranquilo con todos los servicios, ideal para descansar las piernas tras esta intensa etapa que nos ha ofrecido un paisaje extraordinario y un escenario de leyenda.
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