Copa del rey

Dos pájaros de un tiro (0-4)

  • El Sevilla mete los dos pies en los octavos de final con la nítida apuesta de Manzano por hombres que parecían fuera de la onda. La diferencia de calidad se hizo esperar, pero fue muy diáfana tras el descanso

Triunfo cómodo de un Sevilla que además de meter los dos pies en los octavos de final ha ganado para la causa a varios jugadores que parecían como fuera de la buena onda. A Gregorio Manzano no le tembló el pulso a la hora de alinear un once con varios jugadores que estaban obligados a alzar su voz para hacerse un hueco en un grupo que va a necesitar de todas sus piezas a lo largo de todo el curso. Y la apuesta fue ganadora y además abre la espita de la esperanza para creer que el jiennense es capaz de sacarle provecho a la plantilla que tiene en sus manos. Vaya por delante que la calidad del Real Unión invitaba a realizar esta apuesta, pues la diferencia es abismal. Pero también es cierto que en plazas parecidas el Sevilla ha sufrido mucho en eliminatorias ante rivales similares. El Sevilla ganó, convenció y lo hizo sin muchas de sus estrellas

Como viene siendo habitual, Manzano volvió a sorprender con la elección del once titular. En esta ocasión, dispuso un centro del campo en el que sí mezclaba la fuerza de Zokora con el buen toque de Cigarini, con José Carlos de enganche. Además, Alfaro y Acosta se situaban en teoría en las bandas, aunque con la premisa de meterse hacia dentro y ayudar en la mediapunta, mientras que Negredo era la referencia arriba. Quedaba la incógnita de ver si este centro del campo, el mismo que dispuso Antonio Álvarez ante el París Saint-Germain y que deshizo al descanso antes de que el equipo se descompusiera y encajara la derrota en el debut de la Liga Europa, podía responder en un partido presumiblemente de corte físico.

Fue una apuesta con neta vocación ofensiva, con muchos más jugadores con cualidades para la creación que para la destrucción. Y además era una gran ocasión para ver si Cigarini, en la posición de medio centro, supuestamente el puesto para el que la dirección deportiva lo fichó como cedido del Nápoles, demostraba mucho más de lo que lo había hecho en sus contadas apariciones, que además se habían producido como interior o mediapunta, y no como organizador puro.

De partida hubo una buena puesta en escena del Sevilla ante el voluntarioso Real Unión. El equipo de Manzano salió concentrado, enchufado en la fresca noche irunesa, fiándose a la calidad de Cigarini y de José Carlos para saltarse las líneas de presión que dispuso Álvaro Cervera. Antes del cuarto de hora ya hubo varios acercamientos, pergeñados con rápidas combinaciones por el centro y en esa referencia en la corona del área que ofrecía Negredo, que metió algo de miedo en el cuerpo de los locales.

Bastó alguna contra aislada y un par de balones colgados para que se abriera un encuentro que hasta ese momento parecía controlado por el Sevilla. En particular, entre los minutos 25 y 26 los unionistas se encorajinaron con tres córners seguidos. Había reacción del contrario y quedaba ver cómo respondía este Sevilla de clara vocación ofensiva ante las acometidas típicas del juego norteño. Pero fue un amago que no varió un ápice la rotunda convicción de los sevillistas en sus posibilidades. Querían demostrar que eran superiores y a ello se dispusieron.

Así las cosas, y después de dos intervenciones del meta local, Otermin, a balón parado, en sendos zurdazos de Negredo y José Carlos, el Sevilla dio con la tecla del gol tal y como había intentando desde el principio, con pases interiores buscando al delantero vallecano. El tanto llegó al filo del descanso, en una acción de mucho mérito de Negredo, y así se embocaba la segunda mitad con la confianza que da el gol, en el refrendo de que esa apuesta tan ofensiva ante un rival potencialmente inferior podía ser ganadora. 

Claro que el Real Unión iba a apretar los dientes en la segunda mitad y ahí había que ver el reverso de este equipo con tanto exquisito sobre el césped del Stadium Gal. Pero la jugada que condujo a la expulsión de Yuri puso en evidencia que el guión no se había tocado un ápice. José Carlos, a esas alturas de partido ya un verdadero quebradero de cabeza para los locales, dibujó un contragolpe perfecto, que remataron Alfaro y, sobre todo, Negredo, que se gustó con una vaselina ante Otermin, que sacó Yuri junto al larguero. Luego marraría el penalti, pero esa mancha iba a quedar borrada poco después. Hubiera sido un injusto castigo para el madrileño, por el buen partido que estaba haciendo, que en la memoria colectiva quedara esa forma de tirar la oportunidad de cerrar el partido. El desquite llegó con una preciosa volea a pase de José Carlos, como para rubricar que eran claramente los dos hombres del partido.

Con el 0-2 y un hombre más, el Sevilla controló el encuentro. José Carlos hacía y deshacía entre las líneas enemigas, echándose al equipo a las espaldas escoltado por Alfaro y Negredo, además del voluntarioso Acosta, que siempre lo intentó pese a jugar a pierna cambiada. Para más inri, redondeó la goleada con un tanto, el mejor premio que podía tener para el adalid de esta revolución de los que parecían fuera de la onda. Manzano apostó por ellos y venció, matando dos pájaros de un tiro.

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