DIRECTO Madrugá Sevilla en directo | Semana Santa 2024

El tiempo El tiempo en Sevilla para la Madrugada

Crítica de Ópera

La emoción de las pequeñas pasiones

Una escena de 'La Bohème'.

Una escena de 'La Bohème'. / Juan Carlos Muñoz

Las producciones de Davide Livermore se suelen caracterizar por el especial cuidado del impacto visual de la puesta en escena más que por el diseño de la acción dramática de los actores en sí. Si en otras ocasiones son los referentes cinematográficos los que articulan el montaje, en esta ocasión es la pintura impresionista y la de autores finiseculares, afines a la acción de esta ópera, la que sirve de ambientación mediante las proyecciones. El resultado es muy plástico y se manifiesta la minuciosidad en la correlación entre la acción o los referentes verbales y los cuadros proyectados. A cambio, la escena está casi desnuda (la disposición en perspectiva de paredes y techos recuerda demasiado a una clásica producción de Zeffirelli) y el movimiento de los personajes no pasa de ser rutinario. Una excepción a esta línea es el segundo acto, en el que Livermore cae, como otros registas, en el horror vacui, en querer abarrotar la escena de figurantes y saltimbanquis, creando por momentos confusión narrativa.

Pedro Halffter cuidó especialmente, más de lo que en él suele ser habitual, el equilibrio entre las dinámicas orquestales y el sonido procedente del escenario. Si en alguna ocasión se taparon algunas voces (la de Musetta especialmente) ello obedeció más a problemas de proyección de la voz que al volumen del foso. Posiblemente, por tener el freno de mano de la orquesta (espléndida y con un sonido bellísimo) echado pudo faltarle intensidad a algunos pasajes, como esa maravillosa frase de las cuerdas que arropa al primer encuento entre Mimì y Rodolfo, o como el breve interludio orquestal en el cuarto acto. Por lo demás, fue una dirección muy atenta a los miles de detalles que tachonan esta partitura y a subrayar las continuas referencias temáticas, a modo de leitmotiven, que otorgan a la orquesta, en esta ópera, un relevante papel narrativo.

El Coro y la Escolanía tuvieron también una gran noche, perfectos de empaste y muy sueltos escénicamente. Anita Hartig posee una voz ideal para el personaje. A pesar de un constante vibrato stretto, la voz es de un bello timbre esencialmente lírico, bien emitido y mejor proyectado, a la vez que sabe dosificar el sonido mediante el uso de los reguladores. Sólo le haría falta una mayor implicación expresiva y emocional, tan esencial en esta ópera, para redondear el personaje. No estuvo a la misma altura un José Bros fuera del repertorio adecuado a su voz, demasiado ligera para el personaje. Sonó siempre forzado, empujando la voz de forma poco natural, con agudos muy tirantes (estridentes en esperanza) y una afinación variable en los pasajes más exigentes. Juan J. Rodríguez fue un Marcello de lujo. Es un placer escuchar una voz de tal redondez y potencia, al servicio de un cuidadísimo fraseo. Espléndidos igualmente Lagares, Radó y Arrabal. Moreno cantó con la elegancia y la morbidez que la caracterizan, pero a su voz le costaba pasar el foso cuando descendía del agudo.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios