No hay ni habrá una demostración científica ni falta que hace, pero acertamos al asegurar que el deporte nació en cuanto el primer homo sapiens salió corriendo por una pradera, un cerro o dondequiera que fuese, en cualquier caso a campo abierto, y lo hizo por el simple placer de hacerlo. Justo lo que ayer hizo Sebastian Coe en Itálica.

Bajo el barro está la simiente del deporte. Y que el mascarón de proa del deporte más deporte de todos, el atletismo, proclame junto a las ruinas romanas de Santiponce que el cross merece un hueco en los Juegos, es un acto de justicia poética.

Que lo haya dicho en Sevilla es, además, un guiño al presente atlético de la ciudad. Aquellos mítines que organizaba la Diputación se pierden en la memoria, como la carrera de Carl Lewis en Chapina, pero el Cross de Itálica, tras aquel paso por la UCI, vuelve a latir con vigor, con su frecuente fragancia a tierra húmeda y esas fotos que parecen inspiradas en mosaicos con las que cada enero nos solazamos en la redacción. Además, el Maratón ha entrado en el calendario internacional más selecto como reconocimiento al enorme trabajo año tras año. Y otras pruebas complementarias, como la Nocturna del Guadalquivir o el Medio Maratón Sevilla-Los Palacios, bullen de gente anónima que disfruta corriendo como aquel primer homo sapiens hace ya unos cuantos años.

La ciudad goza de un lugar preferente en los circuitos turísticos. Está de rabiosa moda. Cada año bate el récord de visitas y pernoctaciones. Fluye más gente que nunca del resto de España, de toda Europa, de Norteamérica. Para que esa turbina mantenga esa potencia, todos los reclamos suman. Y ahí el atletismo, con esa riada de atletas, familiares y acompañantes, con su mayor protagonismo mediático a nivel internacional, está aportando cada vez más caballos.

El corredor Coe estaba ayer encantado como uno más de esos homo sapiens anónimos.