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Aquí, ahora

Decimos tirar para delante, pero a menudo de lo que se trata es de pararse quietos

Asociamos el concepto a los desplazamientos en el espacio, pero hay exiliados que lo son del tiempo y no por haber sido expulsados de ninguna geografía, sino por haber elegido habitar de otro modo las edades o regresar, hasta donde ello es posible, a un estadio primordial que abarca tanto las pasadas como las venideras. De algún modo no expreso, incluso los contemporáneos más alejados de las modas culturales de cada época encarnan algo de lo que los latinos llamaron el genio o el espíritu del siglo, pero hay parcelas que escapan a esa influencia o en las que los vínculos generacionales -que son siempre el recurso más fácil para lograr complicidades- resultan poco o nada pertinentes. Hablamos de un territorio esencial, ahistórico e íntimo que no apunta a la singularidad de los individuos, sino a lo que estos tienen en común -entre ellos o con el resto de los seres vivos- más allá de la circunstancia.

Aquí, ahora, el perpetuo ahora al que se refieren los poetas y los filósofos cuando asumen la negación del tiempo como un desarrollo lineal, hecho de instantes sucesivos, todo está ocurriendo y no hay más que saber mirar para sentir entre las nimiedades o las interferencias el latir del mundo, percibiendo con claridad cómo lo que sucedió y lo que ha de venir son una y la misma cosa. Decimos tirar para delante para significar la necesidad de sobreponerse a las adversidades, pero a menudo de lo que se trata, por recurrir a la feliz expresión coloquial, es de pararse quietos. Aquí, ahora, no equivalen, como dicen los manuales, a una invitación al pragmatismo o menos aún al cuidado de lo propio, sino al contrario: a la ignorancia de lo que supuestamente interesa, a la despreocupación absoluta, al dulce abandono de uno mismo.

Nos ensoñamos por vicio y hay en esa debilidad, como en todos los vicios, un cierto arte y una cierta recompensa, pero está también la bendita realidad que no entiende de especulaciones y tira de nosotros para sujetarnos a la tierra. Esa realidad no son las obligaciones que podemos cumplir -aunque a veces cuesta- más o menos maquinalmente, no son los compromisos o los quehaceres rutinarios, sino la evidencia de ser parte de un engranaje mayor que comprende las experiencias particulares y las trasciende. Podemos conectar con ella y religarnos al presente, que es lo único que de verdad existe, o someternos al tiempo y sus urgencias o melancolías, pero hacer lo segundo es traicionar lo que de sagrado tiene la especie. Aquí, ahora, no hay ayer ni mañana ni otro mandato que vivir a conciencia.

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