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'Sobre el derecho a la ciudad' | Crítica

Urbanismo, mercado y pensamiento único

  • Jorge Yeregui reflexiona en su nueva muestra, que acoge la galería Alarcón Criado, sobre el modelo de ciudad de la actualidad

Detalle de una obra de Yeregui.

Detalle de una obra de Yeregui.

Más acá de la propuesta de una ciudad alternativa, como la de Yona Friedman, Henri Lefebvre mostraba sencillamente el derecho que tenía el urbanita a una ciudad digna y estudiaba cómo debería producirse un espacio para todos. En aquellos años, entre 1968 y 1974, Lefebvre criticaba tanto a inmobiliarias y constructoras como a la administración, porque si a las primeras sólo guiaba el benefico, la segunda se orientaba casi en exclusiva a acomodar a las gentes sin garantizar las condiciones necesarias para promover una vida urbana compartida.

Lejos estamos de las exigencias de Lefebvre. Al menos eso parece derivarse de la muestra de Jorge Yeregui (Santander, 1975), arquitecto y profesor en la Escuela de Arquitectura de Málaga. Yeregui evita las grandes palabras y el tono apocalíptico: prefiere recurrir a la ironía y con ella mostrar síntomas de qué tipo de ciudad se nos ofrece hoy. 

Tal vez sea bueno empezar por Sección tipo. El autor ha recortado con láser en piezas de metacrilato azul los escuetos perfiles de una calle: aceras, viales y árboles; de la infraestructura nada sabemos, ni de la altura de los edificios. Tal vez los promotores la consideren demasiado técnica para el urbanita al que satisfacen sólo mostrando con una ordenación vial correcta. Hay algo más: las piezas de metacrilato horadadas recuerdan a aquellas reglas con letras y cifras recortadas, usadas en otro tiempo para la delineación: ¿es que se considera que el arquitecto hoy debe limitarse a seguir pautas ya dadas y repetir los moldes que el mercado asigna a los espacios urbanos?

Con la imagen del hombre aislado pero satisfecho se propone un nuevo modo de vida

Figurantes es otro trabajo lleno de intención. Yeregui ha seleccionado imágenes que suministra el programa de arquitectura CAD para dar idea de la escala de los edificios. Son cuarenta y nueve figuras humanas y un perro. El autor no dibuja, sólo selecciona. Son figuras tan felices como solitarias. Hasta hace poco tiempo, la imagen de la ciudad se centraba en la multitud con sus diferencias y su anonimato. Ahora basta el individuo aislado pero autosatisfecho. Con esa imagen se propone un modo de vida: el del aislamiento que se conjuga perfectamente con los perfiles de la Sección tipo. También las viviendas deben ajustarse a un patrón único.

La ciudad según Yeregui. La ciudad según Yeregui.

La ciudad según Yeregui.

Esta idea se consuma en Comunidades. Los habitantes de la ciudad terminan recluidos en núcleos apartados del fragor de las calles, con frecuencia situados en los márgenes del territorio urbano. Allí tienen de todo o bien pueden desplazarse con más o menos facilidad al centro comercial de turno, punto de referencia obligado, como lo fueron en otro tiempo las catedrales. Las excelencias de la comunidad se presentan con imágenes de gratas piscinas, verdes praderas, parques infantiles, balcones con (se supone) gratas vistas. Hasta hace poco estas escenas exigían sesiones fotográficas de figurantes publicitarios. Ya no hacen falta: todo lo produce la infografía. La imagen fabricada se imprime después sobre un material que aguante soles y lluvias. Yeregui ha fotografiado algunos de estos reclamos sin evitar los taladros que conforman el soporte industrial. En lugar de la imagen nítida publicitaria se aprecia en sus fotografías una red (que hacen pensar en los puntos Ben-Day usados por Roy Lichtenstein) que señala la producción en serie de una vivienda y un medio que se presenta como único y exclusivo.

La exposición se completa con un vídeo, a primera vista, enigmático. Un arbolito en la pantalla gira incansable. Yeregui lo ha comprado. No el árbol. Ha comprado su imagen y los derechos para exhibirla y alterarla. La ha convertido en animación. El árbol no ha surgido de ningún vivero. Está en una base de datos a disposición (previo pago, claro está) de quien quiera utilizarlo para dar credibilidad medioambiental a su proyecto urbanístico. Así se desvela el enigma de esta obra que el autor titula Un marco entrañable.

Me he referido antes a Lefebvre. Eran los años del entusiasmo por la planificación urbana, ya he dicho cómo el pensador francés rechazaba la mera gestión administrativa y exigía la intervención ciudadana. En los mismos años se desarrolla la ofensiva contra cualquier tipo de planificación que contó con el apoyo de destacados economistas, célebres pensadores, defensores, decían, de la libertad en la Guerra Fría, y aun destacados eclesiásticos. Era el inicio de una nueva utopía, la del mercado. Hoy conocemos bien su alcance. Además de las burbujas inmobiliarias, las hipotecas basura, los rescates a costa de los bolsillos de todos, contamos con ciudades en las que se valora más el sky-line, la oferta turística (aun a costa de la degradación de los centros históricos) y la proliferación de grandes centros comerciales que las exigencias de la vida cotidiana, encerrada, como sugiere Jorge Yeregui, en los márgenes de la convención. Pero quizá esté equivocando la crítica: el artista ha preferido la ironía para que el espectador saque sus conclusiones. Debo seguir sus pasos.

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