Luces de carnaval | Crítica de arte

Color, espacio, ritmos

  • Gerardo Delgado muestra en el Colegio de Arquitectos sus nuevas indagaciones de formas, fecundos encuentros entre la geometría y la pintura

Una de las obras presentes en la exposición 'Luces de carnaval'.

Una de las obras presentes en la exposición 'Luces de carnaval'.

A lo largo de algo más de un siglo la pintura abstracta ha ido acumulando rasgos que los autores –como el poeta el lenguaje– exploran, eligen, alteran y aun violentan. Ya en los primeros años (de 1911 a 1915), entre la transfiguración del paisaje de las primeras abstracciones de Kandinsky, las ordenadas pero dinámicas geometrías de Mondrian y los espacios inabarcables de Malevitch había notables diferencias. Diferencias siempre fecundas porque liberaban posibilidades, como después, en 1948, las obras de Mark Rothko y Barnett Newman opusieron al gesto de Pollock, agitado pero encerrado en los límites de la cuadrícula del lienzo, una pintura más calmada pero más invasiva porque alteraba el entorno con las atmósferas de color que emanaban del cuadro.

Siendo tan diversas las iniciativas, hay tres cuestiones recurrentes, color, espacio y ritmo. Tres cuestiones a las que los autores intentan responder, sin que sea posible separarlas. Aun en los casos extremos, como las Pinturas blancas de Robert Rauschenberg, estos temas, como sugirió John Cage, están presentes. Así ocurre también en las obras recientes de Gerardo Delgado (Olivares, Sevilla, 1942) expuestas en el Colegio de Arquitectos.

En una de ellas, colgada en la planta superior de la muestra, compiten entre sí dos intensidades de azul, a los que parece rodear un plano oblicuo, blanco muy brillante, que parece prolongarse, pasando por debajo de ambos, en un triángulo, afilado como un cuchillo, a la izquierda del cuadro. La construcción recuerda a fantasías espaciales ya clásicas, como la de Los tres músicos, el cuadro con que Picasso, se dice, puso fin al cubismo: en esa obra, los planos del llamado cubismo sintético se prolongan y entrelazan, hasta formar las figuras. Aquí ocurre algo parecido. Los contrastes de color rivalizan con los ritmos que cada espacio-color provoca al encontrase con los otros.

Hay aún algo más: tras el juego de planos aparecen ondulaciones magenta que se deslizan sobre una azul distinto de los ya citados. No llega a ser un fondo porque su misma vibración hace que la fantasía se dispare hacia un supuesto otro lado dotado de mayor firmeza. Así, espacio, ritmo y color definen el cuadro.

Otra de las obras de Gerardo Delgado. Otra de las obras de Gerardo Delgado.

Otra de las obras de Gerardo Delgado.

Más sutil es otra pieza, quizá cargada de ironía, en esa misma planta. Hay abajo un plano ascendente, anaranjado y luminoso, cuyos límites quebrados hacen pensar en una flecha. Se sobrepone a (o se recorta sobre) otro anaranjado más oscuro, dotado de sabia gradación de color. El ritmo así suscitado lo interrumpen de repente firmes formas poligonales que dividen en partes iguales la parte superior del lienzo: a la derecha un cuadrado negro, a la izquierda un rectángulo áureo, también anaranjado pero donde son evidentes las pinceladas y su gesto.

Es, pues, un encuentro entre geometría y pintura en el que, a diferencia del cuadro anterior, faltan pistas para completar las formas que quedan interrumpidas. Aún hay en el cuadro algo más: líneas. Azules, verdes y rojas. Las azules delimitan cuadrado y rectángulo, y descienden hasta dividir el cuadro en dos mitades iguales. Las rojas subrayan la irrupción de la interrumpida flecha sobre el plano de fondo, mientras la verde suscita un trampantojo, simulando cierto relieve. Esas breves líneas resuelven en juego pictórico las tensiones del cuadro.

Estas obras, indagaciones de forma, que testimonian una inquietud recurrente en Delgado, la fragmentación de espacios, contrastan con las expuestas en la planta sótano. Son más pequeñas pero más atrevidas. Dos tienen como protagonista el amarillo, un color difícil: su luminosidad acentúa su presencia. En uno de los cuadros, el color, particularmente intenso en la parte superior de la tabla, va suavizándose a medida que se dispersa entre franjas verdes, azules y sienas, sobre una complicada red de tonos oscuros que no deja ver un fondo firme.

Una tercera pieza del artista nacido en Olivares. Una tercera pieza del artista nacido en Olivares.

Una tercera pieza del artista nacido en Olivares.

Más valiente aún es la otra pieza, que parece invertir la estructura de la anterior: el amarillo cubre casi toda la superficie del cuadro, rasgado más que interrumpido por finas aberturas que muestran un trasfondo tan complicado e impreciso como el de la otra obra.

Dejo para el final la obra quizá más importante de la muestra. También en el sótano y de breve formato, en ella se suceden bandas, horizontales y onduladas, grises y negras. Las atraviesan de arriba abajo estrechos rectángulos oblicuos, pardo oscuro. Breves romboides rojos y anaranjados subrayan el contenido dramatismo del cuadro.

Si las piezas de mayor formato se antojan variaciones sobre la serie Nocturno. Cristales rotos, expuesta en el CAAC, este cuadro concentra en su breve superficie el silencio de la Ruta de San Mateo. Más aún: ondulaciones y oblicuas rompen la ordenada geometría de las Rutas como si opusieran a la meditación sobre Bach un sentimiento directo de dolor. Que el cuadro aparezca casi en solitario hace justicia a su calidad y su contenido.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios