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Cuando se deja de hablar en pasado

  • Madrugada y mañana de preparativos para engalanar templos y balcones Vísperas de exornos para un instante, aquel en el que la Macarena cambia la dimensión temporal

Aurora Genovés pasó la noche cual víspera de Epifanía. Dispuso su papeleta de sitio y el lazo verde de la medalla en la mesa. Junto a ellos, un puñado de recuerdos que apenas la dejaron dormir. Estaba nerviosa. Como un niño en duermevela en la madrugada del 6 de enero. Siempre esperando lo que trae el nuevo día. Su padre la condujo hace años por esta senda de verde terciopelo que siempre acaba junto al arco y la espadaña, en el mismo lugar por el que ayer, cuando el reloj aún no había dado las dos y media de la tarde pasaba con su cirio. Era el primer tramo con el que el cortejo macareno se ponía en la calle en ese momento en el que muchos gaznates clamaban por un botellín helado.

La ciudad, a esa hora, ya se había engalanado (en algunos casos con bastante gusto, y en otros, sin conseguir ni siquiera el suficiente). La noche había tenido también mucho de víspera de Corpus. De montaje efímero, pues en Sevilla lo verdaderamente importante se vive en cuestión de horas, de segundos, de instantes. Un gozo de pronta caducidad que siempre evoca, aunque sea mayo, a Miguel de Mañara.

 

Jóvenes sanluqueños que alfombraron con 12 toneladas de sal durante la madrugada la Plaza de San Francisco para que acabaran desdibujados al pasar la Virgen de la Esperanza. Técnicos de TeleSevilla -con su productor, Antonio Casado, al frente- colocaban antes del alba cables y cámaras para aquéllos que no podían ver a pie de calle a la Dolorosa de la Resolana, aunque ya se sabe que la verdadera Esperanza siempre habita en el interior de cada uno.

La mañana trajo la buena nueva de no contar en Velázquez con una pancarta en la que el viernes se mencionaba una advocación gloriosa de la provincia y cuya presencia carecía del más elemental de los sentidos. La cordura siempre es bien recibida. En la calle Santa Ángela de la Cruz se daban los últimos retoques. El bordador José Antonio Grande de León, con ayuda de Pedro Luis Bazán, colocaba los últimos adornos en el bloque de pisos situado junto al convento de las Hermanas de la Cruz. Una quincena de mantones de manila a los que acompañaban reposteros, guadabrisas y un gran cuadro de la Macarena. Estampa similar que se repetía en balcones de Feria y en Parras, epicentro macareno con esa estética que resurge cada cuarto de siglo cuando mayo cuenta sus últimos días: cadenetas de flores que cruzaban la calle de azotea a azotea y pequeños altares donde imperaba el ingenio de los vecinos. No obstante, hay quien, como el experto en tradiciones sevillanas Julio Domínguez Arjona, considera que dichos exornos son más propios de ciertas localidades de la provincia y no de la capital. Cuestión de gustos. Y de criterio.

No sólo los vecinos, también los templos se engalanaron para este 24 de mayo. Gallardetes en la torre mudéjar de Omnium Sanctorum; buganvillas, naranjas y damascos en la fachada de la capilla de Montesión, donde la Virgen del Rosario lucía las galas del Jueves Santo; y en San Juan de la Palma, en la que una alfombra de flores recibía a la Virgen de la Esperanza para conducirla hasta el presbiterio del templo, donde la Amargura la esperaba a ras de suelo, en ese instante en el que el alfa y omega de la calle Feria se situaban frente a frente.

Mañana de preparativos. Tarde de espera mientras la mirada se entretenía con un variopinto cortejo (se vio hasta un escote palabra de honor). Todo para unos cuantos segundos en los que se tiene a la Esperanza frente a frente. Instante fugaz, que ya no se contará en pasado, siempre en presente. Así ocurre cuando se ve a la Macrena.

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