Pilar Vera | Escritora y periodista

“Da lo mismo escribir sobre dragones o sobre la Segunda Guerra Mundial”

  • La autora gaditana regresa a las librerías con ‘Cosas que acechan en la noche’ (Editorial Cazador), un volumen de relatos de corte gótico que indaga en el lado oscuro de la Navidad

La escritora y periodista Pilar Vera (Cádiz, 1975).

La escritora y periodista Pilar Vera (Cádiz, 1975). / Lourdes de Vicente

La aparición del libro de relatos Cámara Oscura ya dio hace algunos años buena cuenta de la posición magistral de Pilar Vera (Cádiz, 1975) en el territorio de la literatura fantástica en lengua española, consolidada con su participación posterior en diversas antologías. Ahora, la escritora y periodista de Diario de Cádiz regresa a las librerías con Cosas que acechan en la noche (Editorial Cazador), un nuevo volumen de cuentos que indaga en la parte más tenebrosa y menos amable de la Navidad en distintas ambientaciones y épocas pero con el común denominador de la mejor tradición gótica.

-Si se trataba de alentar una Navidad distinta, más oscura, en este 2020, ¿hablamos de casualidad o de estrategia?

-Ha sido una absoluta casualidad. La Navidad siempre me ha llamado la atención como escritora por lo bueno y por lo malo, pero sí es cierto que las ideas más oscuras, las menos habituales, bullen en mi cabeza desde hace mucho. Ha sido una coincidencia publicar este libro justo en esta Navidad tan extraña, que nos hace sentir más vulnerables y también más conscientes de nuestra vulnerabilidad.

-Su obra rescata ciertos elementos propios de la Navidad que la literatura inmortalizó en su momento aunque la edulcorización comercial los ha terminado eliminando o, por lo menos, transformando. ¿Trata de hacer justicia?

-Sí, la Navidad es una especie de puchero en el que caben muchas cosas, en parte porque en sí es una realidad que mezcla muchos elementos: en su historia se da un sincretismo del cristianismo, el mitraísmo y el mismo solsticio, además de las Saturnales con las que los romanos introdujeron un matiz bromista y flamboyant. En la Navidad hay connotaciones muy oscuras porque, para empezar, se da en el periodo más oscuro del año, con los días más cortos y con un clima que en muchos sitios puede llegar a ser terrible. En momentos en que el 70% o el 80% de la población europea vivía de la agricultura, la Navidad significaba un parón obligado de la actividad en el campo, con lo que todo invitaba a recluirse en casa, reflexionar y contar historias, lo que a menudo se traduce como recordar. En la Europa no mediterránea, la supervivencia en la Navidad podía llegar a ser problemática. Por eso, en ciertos países no todas las figuras míticas de la Navidad vienen a traer cosas. Algunas vienen a llevárselas, de ahí que recomienden hacerles ofrendas, lo que a su vez se ha mantenido en costumbres como los caramelos y dulces que se dejan a los Reyes Magos.

-En cuanto al recuerdo, el pasado tiene un protagonismo decisivo en sus cuentos. Un pasado que siempre vuelve y se hace presente. ¿Obedece esta querencia a alguna influencia en concreto?

-El ingrediente oscuro de la Navidad que mejor se las ha apañado para pervivir, aprovechándose también de esa edulcorización de la que hablabas, tiene que ver con los fantasmas. Y los fantasmas son una representación del pasado, el presente y el futuro. Es decir, con los recuerdos. Quien mejor expresó esto fue Charles Dickens, en todos sus cuentos navideños, no sólo en Canción de Navidad. En esos relatos recogía tradiciones navideñas que había visto en su infancia y que quería preservar escribiendo sobre ellas, en un mundo que precisamente pasaba de lo agrícola a lo industrial. Si lo piensas bien, esos fantasmas, es decir, los recuerdos, son el motivo por el que la Navidad nos gusta tanto y al mismo tiempo nos repele.

"Los recuerdos son el motivo por el que la Navidad nos gusta tanto y al mismo tiempo nos repele"

-Aunque el tono general del libro es oscuro, predomina cierta luz, como en el Cuento de invierno donde, al igual que en la obra de Shakespeare, la conclusión llega con una primavera redentora.

-Sí, Shakespeare es otra referencia clave de todo esto. Digamos que he cogido algunos de los elementos con los que juega en sus obras y los he metido en relatos como Cuento de invierno, con todo el respeto, claro. Y uno de esos elementos es la revelación de que lo que queda al final es la luz. Me parecía oportuno reivindicar esto. Un acto de justicia poética.

-¿Cómo lleva el debate entre la condición marginal de la literatura fantástica en España y la hegemonía realista? ¿De qué manera toma postura, si lo hace?

-Ante todo, como lectora procuro leer y disfrutar de todo. Ahora bien, en lo que se refiere a la literatura fantástica y de género, nunca he entendido el demérito. Nunca he llegado a comprender por qué se considera de manera tan extendido una literatura peor, de menos valor. Tal vez la situación ha mejorado en los últimos años, aunque sea por la evidencia de que en España se escribe muy buena literatura fantástica. Pero parece que todavía cuesta asumir que da igual que escribas sobre la Segunda Guerra Mundial o sobre dragones, que no importa, que en ambos casos estás escribiendo exactamente de lo mismo. Y es lo que no me explico, que haya que venir con esto todavía. El prejuicio, eso sí, viene de antiguo. No hay más que recordar a Don Quijote demente por la lectura de novelas de caballería.

-Ursula K. Le Guin introducía un matiz político: afirmaba que la literatura realista era una manera de convencer a la gente de que sus vidas tampoco valen tanto, de que les conviene conformarse con sus ritos cotidianos y no aspirar a más. ¿Cómo lo ve usted?

-Es un planteamiento interesante. En gran medida, es un rasgo que comparten cierta literatura distópica y el realismo: la vuelta continua a la casilla de salida, la imposibilidad de ir más allá. El héroe que arriesga, que rompe los límites de lo establecido, entraña un peligro: que la gente quiera imitarle. Y lo cierto es que cuesta mucho no adoptarlo como modelo.

-En los primeros relatos de su libro, ambientados en la Edad Media, vuelve a su territorio literario predilecto: el Norte. ¿Ha aprendido como escritora gaditana a gestionar esta paradoja?

-Como dice María Jiménez, mi mundo es otro. Qué le vamos a hacer, podemos llamarlo verso suelto, espíritu de contradcción, como quieras. Pero si se supone que por ser gaditana me tocaba escribir sobre el Carnaval o la Semana Santa, pues lo siento, mis inquietudes y mis afinidades son otras. Y no sé por qué, no es nada premeditado. Desde niña me siento a gusto imaginando ciertas cosas en ciertos sitios que no son los que tengo más a mano, pero desde luego no veo que haya que poner remedio a eso. Además, pretender explicarlo es inútil. Es como enamorarse: si te pones a dar razones de por qué te gusta alguien, ¿qué dices? ¿Te gusta porque cuenta chistes malos, porque te gusta su rodilla? Cada motivo sonaría más ridículo. Eso sí, soy muy contraria a la idea de apropiación cultural. No me gusta nada la expresión. Cada uno es libre de identificarse con lo que quiera y amar lo que quiera.

-¿Se siente cómoda con la etiqueta de novela juvenil para Cosas que acechan en la noche?

-Me haría mucha ilusión ver el libro en las secciones de literatura juvenil de las librerías. Ahora bien, mientras escribía el libro en ningún momento pensé en los adolescentes como lectores potenciales. Fue al terminarlo cuando me di cuenta de que los cuentos podrían resultar interesantes y digestivos a lectores jóvenes que se hubieran iniciado con Harry Potter y con autores como Neil Gaiman y que buscaran otra cosa, algo parecido pero que tal vez pudiera acompañarles en un siguiente paso. Ésta es mi manera de decirles que también podemos escribir así.

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