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Sevilla/Se puso muy de moda denostar el concepto de Semana Santa interior con motivo de los dos años que no disfrutamos de pasos en la calle por efecto de la pandemia. El concepto existía con anterioridad naturalmente y se basa en la capacidad para vivir la Semana Santa con muy poco, tan poco que pueden bastar los recuerdos, las emociones, alguna compañía bien elegida y un simple paseo por donde uno se encuentra un nazareno, un paso de palio que se aleja, visita un templo por la mañana o, simplemente, pasa por las calles de siempre, cotidianas, pero en días de Semana Santa.
Esta fiesta tiene tal fuerza y tal autenticidad que, llegada una edad, se puede hasta disfrutar en días de lluvia. Arreciaron las críticas en aquellos tiempos de restricciones por parte de quienes, con todo el derecho del mundo, demandan los pasos en la calle a la voz de ya. ¡Por supuesto que para llegar a paladear la Semana Santa interior hay que haber tenido antes más horas de calle que un mulo arrendado! Siempre se puede impostar todo, incluido el amor por la Semana Santa, pero al final hasta las falsedades mejor trabajadas son derribadas con el tiempo y la fuerza de la verdad.
Hay una Semana Santa interior como la hay exterior, que es la de siempre, con todos los avíos, con todas las cofradías en la calle, en su máximo esplendor, con sus bullas, sus problemas de logística, sus debates sobre la seguridad y, cómo no, sus mil y un detalles que la hacen diferente y hermosa cada año. Una Semana Santa de siempre donde cada noche de Domingo de Ramos analizamos si ha habido más o menos gente en las calles. Una Semana Santa que conserva medidas fundamentales, estilos y conceptos que todos más o menos conocemos y damos por buenos. Que combina popularidad, elegancia y exquisitez. Una Semana Santa que solo la estropean la mala educación y la lluvia. O, quizás, la primera causa fundamentalmente.
Y hay una tercera Semana Santa extraordinaria, o así denominada, que abarca todo el año y padece todos los excesos, manoseos y males de hoy. La Semana Santa del tachiro. Esta tercera modalidad de Semana Santa no necesita muchas veces ni de imágenes sagradas: basta con una banda de música por la calle para generar bullas. Lo vimos un 14 de agosto en vísperas de la salida anual de la Virgen de los Reyes y lo volvimos a ver el viernes con el bando de la procesión de la Virgen de Valme y San Fernando. Los simplones, amigos de la cultura de la participación por la participación, refieren que eso "no es malo". Claro, es revelador... que es muy distinto. Basta la música para que haya una legión grabando el pasacalles. ¡Y recordar que hace 30 años se reían con crueldad de un tipo que grababa los conciertos y desfilaba detrás de los músicos alzando uno de los primeros micrófonos de pértiga que se podían contemplar! La extraordinaria es una Semana Santa de consumo y, nunca se olvide, tremendamente emergente.
Estas tres formas de vivir la Semana Santas existen, conviven de alguna forma. La interior exige evolución y un profundo amor por la Semana Santa. Es una Semana Santa para aquellos que tienen claro cuál es el sentido de la fiesta, su enorme importancia para la ciudad en general y para el alma en particular, que valoran el sentido trascedente de unos días que no se pueden reducir a la captura de los pasos. Quizás ahora se ve con mayor claridad la gran distancia que hay entre esa Semana Santa interior y la sacada de horma. Entre la aprendida y la que nos hemos encontrado. Entre la que se asienta en los pilares de la fe, el sentimiento y la memoria, y la que nos invade, basada en el espectáculo, la cosificación, el consumo y el exceso de incienso que nubla el criterio. La interior es infranqueable, pero la extraordinaria se ha zampado a la de siempre. Con la colaboración necesaria de la autoridad, eclesiástica por supuesto.
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