Obituario

En memoria del abogado Antonio Falcón Romero

  • El autor recuerda a su amigo y compañero, tercer abogado sevillano víctima de la COVID, que fue Comisionado para la Droga y padre de la primera Ley del Juego andaluza

No escribo una nota biográfica de un político andaluz al que se deben creaciones importantes que permanecen. Escribo una hagiografía merecida de un compañero leal, de una persona recta, de un político hábil, inteligente, trabajador, con la cínica suficiencia para mantener la conciencia de aquello en lo que siempre creyó desde estudiante en Alanis pasando por el magisterio, el PC, la integración en el PSOE, la abogacía y la vuelta a su pueblo al jubilarse.

Fui jefe de servicio con él como director general de Política Interior durante la presidencia de Rafael Escudero; directores generales ambos con Rodriguez de la Borbolla; volví llamado por él cuando lo nombraron Comisionado para la Droga. Hace años volvió a ejercer la abogacía y hemos coincidido como abogados libres en cosas, casos e ironías demenciales varias.

Su capacidad de visión, de organización, su inteligencia y tesón produjeron la integración y desarrollo de la Policía Local en nuestra tierra; el Plan Romero que ahí sigue; parte de la creación del Infoca, la primera Ley de Juego; la organización contra las consecuencias desastrosas del tráfico y consumo de drogas; el hacerse cargo de la delegación nacional similar a la andaluza contra la droga.

Mucha trabajera, mucha paliza de kilómetros y viajes, mucha fe en que la transferencia de ideas a realidades era lo más noble de la política. El PSOE  no supo valorar su inteligencia, su capacidad creativa, su decencia.

Rafael Álvarez Colunga, un hombre listo si los ha habido en los últimos cuarenta años, lo pescó como su abogado de cabecera.

En sus memorias puede verse detallado lo que yo escribo con el alma en pena. Se me ha muerto un buenísimo amigo, leal y querido. Espero, deseo, tengo la seguridad que el padre Leonardo, su párroco de adolescente en Alanis,  le echara un capote ante el Eterno. ¡Antonio, hijo, va por tí, como una saeta de Naranjito en el balcón de Rafael en Sierpes!

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