Fernando Delgado realiza un canto a los libros que "amplían el mundo"

El periodista y escritor canario abre el encuentro entre recuerdos a Rafael de Cózar y José Manuel Lara y con alabanzas a los libreros verdaderos, a los que son como "sacerdotes".

Fernando Delgado, durante su intervención la tarde de ayer en la Pérgola de la Feria del Libro en la Plaza Nueva.
Francisco Camero Sevilla

08 de mayo 2015 - 05:00

Leyendo Las intermitencias de la muerte, una de las últimas novelas de José Saramago, una historia donde el Nobel portugués se preguntaba qué pasaría en el mundo si de repente la muerte quedara abolida, Fernando Delgado se puso a pensar en otro escenario aterrador, cambiando la súbita desaparición de la muerte por la de los libros de toda la vida. En torno a este juego intelectual articuló el periodista y escritor canario el pregón con el que se inauguró la tarde noche de ayer la Feria del Libro, entre recuerdos a dos ausentes en esta celebración que durante años, cada uno a su manera, la apoyaron con entusiasmo: Rafael de Cózar, al que como es sabido se dedica la presente edición, y el editor José Manuel Lara Bosch, que el mediodía de mañana recibirá un homenaje en el Ayuntamiento al que asistirán los familiares del empresario y el alcalde de Sevilla, Juan Ignacio Zoido.

¿Quién sufriría más, si de la noche a la mañana no quedara rastro en la Tierra de un solo libro en papel?, se preguntó Delgado en la Pérgola de la Plaza Nueva, tras los saludos iniciales de la delegada municipal de Cultura, María del Mar Sánchez Estrella, el director del Centro Andaluz de las Letras, Juan José Téllez, y la presidenta de la Asociación Feria del Libro, Juana Muñoz, quien aprovechó para expresar, de nuevo, las buenas expectativas que albergan los libreros ante estos 11 días durante los cuales los libros tomarán una de las plazas más céntricas de la ciudad: "Esperamos", dijo Muñoz, "mantener e incluso incrementar los resultados comerciales".

En un mundo sin libros, dijo Delgado, cabría preguntarse "qué tipo de autores" sufrirían más. Porque el libro, añadió, es "un producto indiscutible de una industria, aunque el librero sea más que un mero vendedor", pues de hecho en ocasiones, al menos los buenos, señaló, son como "una especie de sacerdotes o alpinistas, que se reconocen entre ellos y son capaces siempre de establecer una complicidad con el lector". Todo muy romántico, sí, pero el pregonero sabe, y así lo dijo, que "lo bueno no crece en la misma medida en que la industria atiborra las librerías", muchas veces con libros "malos o peores", hasta el extremo de perjudicar a la "salud mental", afirmó en tono de broma... o puede que en serio.

Ante este panorama, en la creencia de que ahora "hay más libros malos que antes", quienes perderían más en un mundo sin libros serían, por un lado, "el viejo librero solitario", es decir, no la persona que cobra en las tiendas de los aeropuertos donde los libros son un producto más, sino el que está acostrumbrado, apuntó en un arrebato lírico, "al rumor de los libros en los anaqueles"; y por otro lado, los "buenos lectores", y hay muchos, dijo, "no hay más que montarse en el metro y ver la cantidad de lectores, y sobre todo lectoras, que hay".

Él, en cualquier caso, aseguró que no participa del "pesimismo" de quienes ven el libro "en peligro de extinción". Pero desde luego, si eso pasara, sería una catástrofe, no sólo porque los libros en papel ofrecen "una emoción que jamás conseguirá pantalla alguna", sino sobre todo porque "los libros amplían el mundo y ayudan a comprender mejor nuestra realidad y a penetrar en ella". Por algo son, dijo, como tapas -su pregón se titulaba Una feria con tapas-, pero tapas, puntualizó, "que alimentan el corazón".

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