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Rafel Riqueni | Crítica

Ensueño y realidad de Rafael Riqueni

Rafael Riqueni en la inauguración de los 'Jueves Flamencos'.

Rafael Riqueni en la inauguración de los 'Jueves Flamencos'. / Remedios Malvárez/Fundación Cajasol

La música de Rafael Riqueni aparece cada vez más depurada, más estilizada, en cada recital. Para inaugurar la temporada primaveral del ciclo Jueves Flamencos, de la Fundación Cajasol, ofreció una muestra de sus últimas composiciones. Abrió la noche con varios temas de Herencia, su último disco: tarantas, seguiriyas, soleares. Tampoco se olvidó de clásicos de su repertorio como los fandangos dedicados Al Niño Miguel o Esa noche. Se trata, este último, de un tema íntimo, cálido, una canción de amor incluida en uno de sus discos menos comprendidos, Alcázar de cristal. Fue el preámbulo a una amplia selección de Parque de María Luisa que es, acaso, su obra maestra. Finalmente escuchamos también una selección de Cueva de Nerja, su última composición, aún inédita.

Con este recital Riqueni sigue ampliando su idilio con nuestra ciudad, sigue aumentando su leyenda. El suyo no es un arte discursivo, intelectual, que nos maree antes de darnos lo que ansiamos encontrar. No se esconde tampoco en las destrezas físicas al uso. Por eso no disminuye cuando el físico deja de ser atlético. El arte no es deporte. El arte trabaja con las emociones. Rafael Riqueni es romántico y clásico. Pero clásico andaluz, impresionista, ya que, aunque huye de las innovaciones técnicas de los últimos tiempos, se inspira en el paisaje y el paisanaje de su tierra, de su infancia. Una Sevilla sugerida, soñada, plena de naturaleza, de árboles, de flores, de pájaros. Una Sevilla estática y extática. Clásico por su puesta en escena austera: un hombre con una guitarra. Él, que inventó la música flamenca de cámara, que tocó la Suite Sevilla con la sinfónica de nuestra ciudad. Su música lo arropa, no lo deja solo. No nos deja solos. Por un lapso de tiempo nos sentimos arromados y trasladados a un espacio donde no existe la prisa, el tiempo. Y somos mejores por el hecho simple de que vivimos mejor.

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