La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Nos libramos de pasar vergüenza
José Luis Castro. Director de escena de 'Las bodas de Fígaro'
El próximo jueves, Mozart y su ópera bufa El barbero de Sevilla reunirán a los dos directores que ha tenido el Teatro de la Maestranza en torno a una de las producciones que con menos tópicos y más claridad han convertido a esta ciudad en escenario. Con Pedro Halffter como director musical y la Real Orquesta Sinfónica en el foso, José Luis Castro (Sevilla, 1953) retorna al teatro del que se responsabilizó durante una década para poner en escena un complejo artefacto de amores, enredos, suplantaciones de personalidad y picaresca. Esta producción de Las bodas de Fígaro, que Castro estrenó con gran respaldo de público y crítica, tiene escenografía y figurines de los oscarizados Ezio Frigerio y Franca Squarciapino y cuenta con una llamativa coreografía de Cristina Hoyos.
-En octubre de 1999 eligió este Mozart sevillano para inaugurar la temporada del Maestranza, que entonces dirigía. 12 años después, la misma producción abrirá el curso lírico. ¿Qué ha sentido al volver?
-Cuando te vas de un sitio donde te has llevado diez años y has dejado mucho de tu vida parece, al volver, que el tiempo no ha pasado. Encuentro una continuidad con lo que se hizo en aquella época. El Maestranza sigue creciendo y evolucionando. Me siento muy satisfecho de haber participado en sus comienzos y puesta en marcha.
-¿Qué novedades ofrece el montaje en esta ocasión?
-Mozart es muy difícil pero la Sinfónica sigue siendo una orquesta de lujo, con todas sus virtudes, y se sabe bien Las bodas de Fígaro. A estas alturas, con su experiencia, puede tocar de todo y dejar que el director de turno extraiga su mejor sonido. Esta vez hay cantantes que debutan y el propio director musical, el maestro Halffter, se enfrenta a este título por primera vez. Todas esas diferencias respecto a 1999 crean una tensión que refuerza la magia del teatro y la ópera.
-¿Cuáles es su mayor reto al abordar esta alocada historia?
-En Las bodas de Fígaro se encuentran, casi a un mismo nivel, Mozart y su libretista Lorenzo da Ponte. La música y la letra están juntas con un nivel altísimo. Aquí los personajes están perfectamente dibujados, a diferencia de otras óperas como Il Trovatore que tienen una música maravillosa y un texto imposible, de difícil dramaturgia. Y eso tiene una factura alta: Mozart exige aquí un trabajo de interpretación muy especial. Sólo he echado en falta, porque los cantantes vienen con el tiempo justo, poder dedicarle más tiempo a enriquecer esos personajes y esa casa de locos donde en un solo día pasan muchísimas cosas. Las Bodas es una de las óperas más ricas en su contenido teatral.
-La recreación que esta producción hace de Sevilla fue muy elogiada en su estreno absoluto. ¿Qué le seduce ahora de esa visión de la ciudad?
-Con este título quisimos reforzar la idea de Sevilla como escenario operístico e ir rescatando los 100 títulos que la tienen como protagonista, una filosofía que se mantiene en la actual etapa del Maestranza. En Las bodas de Fígaro la obsesión era recrear, no fotográfica, sino poéticamente, la ciudad. Esto lo lograron plenamente los vestidos de Franca y la escenografía de Ezio Frigerio. Y esa poesía también se logra con la iluminación, que recrea muy bien el color del sur. Pero espero que el aroma de Sevilla se perciba sobre todo a través de los cantantes, de su gestualidad y manera de moverse. Este montaje lo hemos representado con cantantes americanos e italianos y, en cada ocasión, les he dicho lo mismo: que eviten los tópicos y sean cuidadosos y elegantes, porque rápidamente todos quieren poner las manos en jarras y arrancarse a bailar.
-Estas Bodas se vieron incluso en Estados Unidos y Francia. Es cierto que la crisis económica ha impuesto muchos cambios pero ¿deben por ello limitarse las giras de las producciones del Maestranza?
-Este montaje lo representamos en Toulouse y Saint-Etienne (Francia), en Bilbao y el Festival de la Coruña, en el Kennedy Center de Washington... Llevar por el mundo la imagen del teatro y la ciudad es importante. No quiero hacer con esto una crítica sino ofrecer un estímulo. En su día, para no gravar el poco presupuesto que tenía el Maestranza en comparación con otros teatros, ideamos una fórmula de gestión: para cada producción a la que nos enfrentábamos, y la primera fue El barbero de Sevilla, pedíamos el dinero a un banco con la promesa y la seguridad de que lo haríamos lo suficientemente bien como para que la ópera se vendiera y fuera rentable. Así creamos El Cid, Aida, Las bodas, Turandot, Alahor en Granada o Tannhäuser, que fue la que más viajó debido al prestigio de su director, Werner Herzog. Esa fórmula la pusimos en marcha sin sacar el dinero de los presupuestos del teatro y funcionó. Si uno se arriesga y trabaja con la máxima calidad, las óperas se venden. Animo a la gente de la cultura a impulsar ideas nuevas y arriesgar.
-¿Por qué no se repone entonces El barbero de Sevilla?
-No lo sé. Pero es verdad que todo el mundo me lo pregunta. Muchos incluso aún creen que ahora recuperamos esa ópera en vez del Fígaro. Pero es que El Barbero lleva el nombre de Sevilla y está casi todo hecho por artistas sevillanos, empezando por la escenografía de Carmen Laffón. No sé si es un problema de programación, didáctico, igual Rossini no tocaba ahora... Espero que se recupere porque tiene un éxito internacional enorme.
-Tras su cita con el Maestranza, le veremos en enero en el Teatro Central con su versión para el CAT del Estado de sitio de Albert Camus. Se trata de un texto muy alegórico y difícil de representar donde el coro popular juega un gran papel. ¿En qué elementos se apoyará?
-Camus estrenó esta pieza en 1948 en el Teatro Marigny y contó con numerosos alicientes: la música de Arthur Honegger; la escenografía del pintor Balthus, a su novia Maria Casares y al mejor mimo del momento, Marcel Marceau, entre los intérpretes. Ideó una propuesta multidisciplinar, a propósito para ese equipo, lo que supone una dificultad añadida a la dramaturgia. En aquellos años, Francia era muy sensible a lo que pasaba en la dictadura de Franco y la madre del propio Camus era hija de españoles. En su afán por contar la historia del totalitarismo y reivindicar la libertad del ser humano el autor pensó en Cádiz, que es una especie de isla que resistió, como todos sabemos, a las tropas francesas. Entre las novedades de este montaje he ideado un coro de voces cantantes, que aún no sé si serán líricas o más cercanas al musical de Broadway, y proyecciones que marcarán el tránsito de una ciudad bullanguera y alegre que, tras la llegada de la Peste, se convierte en una comunidad claustrofóbica, parecida a un campo de concentración.
También te puede interesar
ROSS. Ciclo Sinfónico 6 | Crítica
Gran éxito mozartiano de la ROSS junto a la soprano Leonor BonillaLo último
No hay comentarios